domingo, 21 de diciembre de 2008

El perdón y los tres hombres

Aquel día hacía viento, un viento hombrón, mojado, violento, el mismo que a menudo hace que se demoren los vuelos entre Orta y Flores y zarandea la barca neumática de Vasco cuando vuelve cargado de garopas y ella lo espera en el acantilado con los prismáticos, el que nos hace cerrar los ojos porque se adivina en sus entrañas una caballería crepitante de tierra. Los tres hombres, sin embargo, no cierran los ojos. Sus miradas resisten impávidas el embate de los elementos y la historia y si no fuera por el flequillo untoso del tercero, el más bajito, nada sabríamos de lo que ocurre. Los tres hombres deciden matar a centenares de miles de hombres para salvaguardar la seguridad de otros tantos. No exactamente. Los tres hombres fuertes deciden matar a centenares de miles de hombres para ver qué pasa, un poco por hacer, un poco a desgana, sospecho, como el niño que ordena sus juguetes entre reproches callados al utilitarismo estúpido de los padres. Los tres hombres altos deciden que centenares de miles de hombres deben verter su sangre con el furor abosorto con que el niño coloca los juguetes en el cesto de mimbre por que pronto van a dar las cinco, por que pronto van a dar las cinco y papá volverá de dar su paseo y tal vez merienden, tal vez nocilla y luego tele, dibujos, y luego, bueno, luego que importa, luego todo estará bien y el sofá es tan cálido y sí, el niño, el buen niño, está a punto de acabar de estirar las sábanas con sus manitas de dedos torpes y fanáticos en lo que un misil de trazo verde cae en el centro de telecomunicaciones de Bagdad. Los tres hombres están furiosos de amor. Los tres hombres pedirán vino blanco.
De esa foto y ese viento hace ya mucho. El viento sigue devorando la costa de las islas azores y los centenares de miles siguen muriendo, pero los tres hombres partieron de sus palacios dejando habitaciones vacías, escritorios abandonados, gobelinos melancólicos, lunas tajadas, tarjetas, calcetines, clamores. Dos ya han pedido perdón. El hombre inglés y el americano concurrieron frente a su pueblo y frente al viento y se arrepintieron, dolorosamente, sinceramente. Los dos hombres buenos, cristianísimos, hicieron acto de contricción y colgaron del balcón las sábanas de holanda manchadas con la sangre de su mentira y sus crímenes. Los dos hombres, extrañamente, fueron perdonados. O no, eso no importa. Los dos hombres buenos estaban en paz consigo mismo y ya podían darse el inmenso lujo de morirse para lo público y volver a la carpintería del padre a aprender el arte de las cruces y las palomas.
Pero ¿y el tercer hombre? El cristianísimo tercer hombre no pidió perdón. Salió de palacio con el gesto irritado, los hombros rígidos, los intestinos en un paquete sólido, los dedos crispados. A su salida, la multitud de antorchas que cercaba desde hacía días su sueño se partió silenciosa al paso de Moisés. Algún insulto tenue salió de sus filas, alguna mano quiso enarbolar la horca o enviar la piedra. Todo lo congeló la noche. El hombre cristiano, el tercero, el bajito, ganó con paso firme la salida y se perdió entre las hojas de marzo buscando su carruaje.
El tercer hombre también es bueno. El tercero también es piadoso y conoce lo aconsejable de la contricción y los santos óleos. No es vanidad por tanto lo que le impide pedir perdón antes de morir. Es otra cosa. Es certeza de inmortalidad.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Actualización apresurada durante una de las muchas horas muertas que de un tiempo a esta parte me brinda mi trabajo. (Un día de estos post al canto, aunque después los cretinos deberán constituir un fondo de reptiles del que sacar lo que preciso para comer y bailar). Sigo la línea de desgranar, a vuelapluma, sin vocación de exactitud, una lista de seis pequeñas cosas, seis idioteces que me hacen feliz.

1- Encontrar una lectura en el baño de la oficina
2- Ver el intermitente de un coche que va a dejar libre un hueco para aparcar
3- Abrir un libro recién comprado. Tocarlo casi eróticamente. Olerlo.
4- Apagar el despertador y concederme media hora de gracia sin atisbo de culpa
5- Escribir una frase afortunada.
6 - Subir a un tren para un viaje.

Son seis pequeñas cosas, nada sustancial, pero carajo cómo ayudan. Carajo cómo se las piensa cuando faltan. Los elementos centrales de mi dicha comprenderán que se avengan mal con las clasificaciones, con el orden en general, con los buenos usos y la excelente costumbre de la alfabetización. Con el jabón perfumado y las agendas.

domingo, 14 de diciembre de 2008

La niña de guillem de Castro


Pasa todas las mañanas por delante de mi oficina en Guillem de castro; silenciosa, cansada, espoleada por un deseo insatisfecho de llegar a alguna parte que se traduce en una prisa torpe de pasitos cortos y bufidos. Anda frisando la treintena, pero, invariablemente, va vestida con un babi de guardería. Lleva los gordos mofletes arrebozados de colorete, el pelo moreno partido en dos trenzas grasientas, zapatillas de cordones rosas que empiezan a destazarse por los costados como dos castigados caballos de posta al borde del colapso, se hace seguir por el sincopado bamboleo de una carterita escolar. Me gusta imaginar que en la cartera lleva la merienda de los niños felices, colorines, pegatinas, gomas para el pelo, estrellas de mar, fueguitos, cualquier cosa. Cada vez que cruzamos la mirada enfrento dos ojos asustados, estremecidos ante el fragor de la ciudad que la envuelve y la ignora entre sutiles menosprecios y disimulos. No sé a dónde a va. No sé si va a algún lado. No sé si llegará nunca.
Los primeros días me partía el alma, sentía una lástima infinita por ese ser como del otro lado, que se quedó varadito en la nostalgia de la infancia y el miedo a crecer. Tal vez vista frente a frente la edad adulta la sorprendió el horror a manos llenas, tal vez la vida le dio una cuchillada tan profunda que para frenar su sangre a borbotones corrió hacia la región donde todo es seguro, cálido e invariable. Tal vez una larga angustia de la ausencia de papá y mamá, tal vez.
Ahora ya no siento lástima. Ahora, cada vez que nos cruzamos, la animo en silencio, la jaleo con todas mis fuerzas para que siga caminando, para que no sepa lo que pasa a su alrededor. Si está loca, deseo con el alma que esté lo bastante loca como para no saberlo nunca. Si ha logrado erigir un baluarte en su alienación, si ha conquistado trabajosamente la felicidad en su íntimo cosmos, entonces adelante.
Los cuerdos de mierda, seguiremos fumando y mirándola pasar. Con respeto.
(dedica't al Capo de la Vucciria que va encetar magistralment el tema de l'elogi de la follia)

jueves, 27 de noviembre de 2008

ÚItima hora

Un anuncio de televisíón y una noticia de prensa me tienen robado el seso. Fascinación a primera vista. Nostalgia del Ak-47, que dice Pérez-Reverte. De subirse a una azotea y repartir treinta píldoras de plomo al portador, ratatatá, no somos nadie. Después, con un poco de suerte - o merced a las más turbias leyes de la física social - emergería como un héroe en los programas de Tele 5 a razón de 300.000 claveles contantes y sonantes, mi careto sin afeitar abriría informativos, la zorra de Ana Rosa me dedicaría treinta líneas escritas por un negrito zumbón, Canal 9 proclamaría que soy hijo (de puta) de la educación socialista y los curas, ay los curas, consolarían a mis pobres padres entre hipos y eructos de turrón de Xixona.
El anuncio en cuestión es de un nuevo servicio de telefonía móvil que se presenta como un detector de mentiras instantáneo. Algo así como "¿Harta de que te engañen? Ahora podrás saber dónde está realmente." Va dirigido a adolescentes anormales que quieran saber si sus parejas les son o no fieles. Si realmente Pablito está en el cine con Dieguito o le está comiendo el coño a Marisielito. Convendrán conmigo en que Fukuyama se adelantó en predecir el fin de la historia, con la de cosas preciosas que estaban por venir. El sistema en cuestión puede ser leído desde dos ópticas: en primer lugar, y admitiendo de antemano que el detector de mentiras tiene la misma fiabilidad que un dólar extremeño, supone una irresponsabilidad estratosférica. Pongamos, sugiero, que una Paulita cualquiera, de buena fe, se instala el chisme de marras y lo usa para hablar con su novio, Alejandrito. El sistema, aleatoriamente, puede decir que Alejandrito miente y sumir a Paulita en una profunda depresión, acabar con una relación que podía haber dado momentos mágicos, en última instancia alumbrar un breve de sucesos del estilo de "Una adolescente se suicida arrojándose a las vías del metro". Vale argumentar que si alguien de verdad se cree el sistema y es tan retorcido como para utilizarlo tiene bien empleado que se vuelva contra él. Y que si tu novio o tu novia son de esa ralea lo mejor que puede suceder es descubrirlo cuanto antes y darles puerta, vía ancha y mucha mierda.
Pero analicémoslo desde otra vertiente; que en el fondo quienes utilicen el puto detector de mentiras lo hagan empujados por el ardiente deseo de ser engañados, de introducir una tormenta en pijama, una tragedia de living room en sus vidas grises, planas, de gominolas, pajas, canutos y play station. Ellos reciben de la televisión dosis de drama del que no participan y tan acostumbrados están a reproducir patrones enfermos, a comer carne cruda, que si se juzgan por un instante fuera de la arena del circo se dan por muertos. En cualquier caso, si aciertan el prefijo de Constantinopla y les da por llamarme les garantizo una sarta de mentiras, pueden ahorrarse enviar "mentira" al 7505.
La noticia en prensa, ay, la noticia en prensa... es una de esos bombones que de vez en cuando nos brinda la realidad en una bandeja de plata. Un bocadito selecto de locura. El muy honorable pueblo de Náquera (¿Seguirá siendo concejal allí el presidente de UV José Manuel Miralles, a quien la infamia tenga en sus índices?) ha cambiado el nombre de una avenida. La vía que antes se llamaba José Antonio (¡¡¡presente!!!) ahora pasa a llamarse Barak Obama. Me la pone dura. Me chifla el tema. Cambiamos la advocación del cirujano de hierro, de un dictador miserable, por la de un fulano que todavía no ha hecho absolutamente nada. Es la lógica de Operación Triunfo, de los reality show, del simulacro, de la prisa. Parámetros como esfuerzo o valía son devorados por el más ventajoso comercio de iconos vacíos, por promesas que nadie tiene que cumplir porque antes de que podamos pedir cuentas serán sepultadas por otras promesas. Ignoro que tal presidente será Obama, pero el tío Julián, el del hortet, tiene más méritos probados.
La realidad es una loca de remate. Ratatatá.

martes, 18 de noviembre de 2008

Los verdugos de Dios


Pocas cosas complacen más a los ateos que pensar en Dios. Pocos caminos tan gratos como los laberintos que ofrece la teología a los diletantes. Si además el ala cerril del cristianismo - pero es otra cosa, como se verá - se tira al monte con la manta, el rosario y el arcabuz, la cosa puede acabar siendo obscenamente gozosa, lujuriosa.
Pensemos en los catolicitos de base, esos que truenan contra la investigación genética y sus posibilidades curativas. Hace poco pedían poco menos que lapidación pública y ataúd de fuego, san benito y espinas, brea y plumas, para la mujer que, para salvar a su vástago parió otro hijo cuyo ¿cordón umbilical? podría sanarlo. Sermonearon desde cuantas montañas abarcó su paso que nada de eso, que iba contra las más elementales leyes de Dios engendrar una criatura con fines curativos, que era poco menos que emparentar a los humanos con el Paracetamol, que si el Divino Hacedor había querido dolor y muerte para el pequeño nada se podía hacer que no fuera preparar los santos óleos y la enhorabuena del ángel. Del mismo modo argumentan contra la clonación de células, la creación ex profeso de vida para salvar otras vidas. Aberración contra natura, camino de impíos.
Dolosamente omiten el hecho central de su tradición, la clave de bóveda de su entramado de creencias y el acontecimiento que posibilitó la idea de la salvación y la puerta a la vida eterna: Jesucristo fue el primer niño probeta de la historia; engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el padre... para borrar la tara no de un hermano sino de toda la humanidad, para lavar con la efusión de su sangre el pecado, para curar el dolor con su dolor. En el caso del Ungido, del Agnus Dei, se le trae al mundo de un modo "artificial" para sanar el mayor de los males, el pecado, el equivalente laico de la muerte. Recordemos que para los cristianos sin pecado no hay muerte, sólo un tránsito en el que, desembarazados de la materia mutable y corruptible, libres de la gravidez del barro, nos elevaremos con la ligereza de una burbuja freixenet a las regiones de luz del Padre.
Así las cosas, los científicos, los partidarios de la investigación genética, no hacen sino segir a rajatabla las escrituras, hacer una interpretación intachablemente ortodoxa del Libro en el que no cabe conjeturar mácula.
Además media una diferencia favorable a la nueva versión de la estrategia. El niño nacido para salvar a su hermano no está de antemano predestinado al tormento de la cruz, tiene posibilidades de salir adelante y convertirse en un individuo libre y completo. Tiene por tanto una potencia que no tuvo el mismísimo Cristo.
Lo jodido de la oposición de los católicos es que su único motor de pensamiento es el oportunismo político, que no actúen en tanto que católicos sino en tanto que de derechas, que antepongan el rédito electoral de los que permiten que sigan apesebrados a la escuálida teta del estado al ejemplo del mismísimo Dios.
Otra diferencia a vuelapluma: María no decidió ser madre, sino que aceptó lo que Otro había decidido por ella y se convirtió en un simple instrumento del plan de la redención. Una señora cuyo único mérito fue, atendiendo a tradición, la credulidad y la renuncia. Dos condiciones sine qua non para ser una víctima perfecta, para devenir infinitamente maleable en las manos adecuadas.
Ya ven, amigos, yo me podría plantear ser cristiano, pero los propios defensores del dogma lo niegan y así no hay quien se anime.
Ite missa est.

martes, 11 de noviembre de 2008

sopa de barco


Instrucciones para hacer una sopa de barco (o el vertiginoso equilibrio panzudo de la sepia)
1. Dótese de materiales flotantes. Los encontrará en la cocina, justo entre el tarro de nescafé y los spaguetti; son esas pequeñas bolitas como de polvo pero dócilmente desembrollables, palabras longilíneas, cursilíneas, imágenes de usted respirando, redondas canciones de tela, piernas como columnas, lagartijas de humo en fuga por las paredes del bar donde le susurraron la gran diferencia, taleguitos del moro, cochecitos del blanco, negras carreteras, firmas de carmín, engolamientos, nostalgias, albahaca.
2 Descanse por el momento. Admire los materiales puestos a secar. Permítase algo largamente negado. Silbe como una cafetera. Cántese un temita que se derrame por el deslunado, que se encarame a los caños de desagüe, entre al galope en casa de los ejemplares vecinos, galope esquivando las patas de latón verde de la mesa, zigzaguee al capricho de las baldosas, tuerza a la derecha, remonte la cama de matrimonio aprovechando un hilo suelto del edredón, se enrosque en las piernas de la esposa olvidada y le inocule, lento, húmedo y brillante, las ganas de cerrar el libraco de Savater y cantarse los ocho compases siguientes del temita.
3 Llame a su madre y cuéntele sus planes de hacer sopa de barco. Déjela llorar cuanto desee.
4 Superadas las fases anteriores llegamos a lo bueno. No se deje espantar por el método. Ahora sírvase llenar un recipiente con agua. Llueva generoso hasta anegar los caminos de la circulación mayor y menor, moje a dos carrillos, pantagruélicamente moje su vida, hasta que todo adquiera la condición bamboleante y de luz quebrada del fantasma, lo mismo el asiento trasero del coche que esputa en el vertedero del tiempo que la cocina donde tomó café la mañana en que decidió partir, lo mismo los pasillos cadavéricos que el llano sembrado de guijarros, lo mismo, idéntico, no se complique. Inunde a patadas las estancias de amigos y enemigos y no sufra, los buenos sabrán convertir el armario de dos cuerpos de la abuela en canoa y escaparán.
5 Convoque al viento. Abra las ventanas y deje que el viento hable por usted. No le interrumpa. No se rasque los ojos.
6 Coja sus sábanas, procure que tengan restos de lágrimas, sangre, semen, orines y zumo de vagina, dóblelas por la mitad misma de sus recuerdos de forma que se miren cara a cara. Ese rectángulo dialéctico es grato al azar. Deje que el azar lo elija.
7 Ahora la sopa, mágicamente, esta hecha. Trinque un cucharón de palo, inviértalo y afírmelo en los espejos (que son de popa), dómese hasta que sea el timón quien lo gobierne. Sea un dócil timonel al arrullo de lo que venga, así sea un naufragio, así se termine el mundo, así se me vaya a morir en la siguiente panza de agua.
8 Escríbame desde el primer puerto en que fondee.
9 Si el vino allí es malo, pida otra botella.





lunes, 27 de octubre de 2008

bodegón de bosque con grúas al fondo


Ponte verde Marfisa, abre las ramas
bungalow con mucama brasileña
sobrino del fuego, dime que me amas
cosita estigia, pozo de Seseña//

Santa sin seña, hideputa con cazo
jesusito con espinas al alba
pasión que no es tonsura sino calva
usura del buen dios del pelotazo//

Otoñea por tu tanga llave allen
vocea su gran ganga un aprendiz
de sueco, rico, rubio, de lombriz//
Afánate un buen varón que te tale
los pezones aéreos, la raíz
para tálamo sudado, infeliz.//

lunes, 13 de octubre de 2008

Terapias casi ridículas


Cojan la palabra pan, peguen y despeguen los labios, gusten la tensión hasta que estalle, claven la punta de la lengua en el paladar y apliquen sus blandos costados a las muelas. Pan. Como un corcho que salta por los aires una tarde cualquiera en el salón de los espejos de una vieja sala de fiestas comida por el olvido, como un disparo con silenciador desde la azotea vecina y un oscuro charco de sangre entre dos coches, como un parche de piel de cabra que se palmea por mucho que al otro lado la muerte espere, como la onomatopeya repetida del niño frente a un caballo blanco con las patas embarradas y los ojos húmedos de nostalgia del pastizal y el fuego, como una piedra plana en la soledad de la montaña cuya caída multiplica el vacío. Pan. Tan lejos de la miga y la cáscara. Tan cerca de los suelos que vimos correr. Pan. Tan propicia disciplina para convocar al sueño, esa magia esquiva, esa tregua de la existencia. Sin sueño, sin la bondadosa tregua del oficio de ser, sin poner en suspenso siquiera un instante la mezquina carga de los intestinos, la alopecia y la culpa, la cuestión del otro y la trigonometría, el fervor homicida de la llave del contacto, los goles y Lehman Brothers, la victoria y la incapacidad, sin el pan de cada noche, nada de esto sería posible. Ahora quiero un sueño sin sueños. Quiero frenar a cuchillo la conciencia y atravesar la frontera del ser; tal vez imaginándome con una espada ceñida al cinto, tal vez con el aliento de mi caballo en la mejilla mientras lo abrevo en un lago y acaricio la culata del Colt a la espera de los indios, tal vez al timón de mi velero en un mar del norte, acerado, coronado por blancas diademas de espuma, tal vez con una áspera piel de oso a los hombros atravesando una cordillera nevada, tal vez en la soledad de la barbacana entrenando los ojos en las constelaciones mientras deploro el enésimo retraso de los tártaros, tal vez en un ford negro atravesando despacio las calles de Chicago y viendo de fuera los cafés como en un cuadro de Hopper, tal vez bailando despacio bajo un farol de papel, en un patio de tierra a las afueras de Comala mientras las putas y los militares se intercambian sus desnudeces y sus aceros, tal vez, sólo tal vez. Y ustedes ¿cómo convocan el sueño en noches como esta?

domingo, 12 de octubre de 2008

Hay días


Hay días en que la vida es esto. Son unos versos de Miguel Hernández paladeados en voz baja, un viejo conjuro libertario de Galeano, un excelente vino blanco de la bodega de Xaló puesto a enfriar mientras se hace el arroz al dorado amor del horno, una invitación a la lluvia lenta y el aire gris, un tema de fito páez, un viejo volumen de cuentos garabateados cuando el mundo a penas asomaba el pico del cascarón allá por Alfonso de Córdoba esquina Suecia. Hay días como hoy en que uno se permite el lujo de asomarse a las murallas de Constantinopla y reprender al Gran Turco por meter ruido a la hora de la siesta, estas no son horas, no son horas de asedio, no son horas de nada porque el crujiente del tomate y la costilla en su punto acaban de abolir al tiempo entre trago y trago.

Entonces Constantinopla entera se mece al ritmo de lo que tararea la morena, al buen ritmo de lo que hablan los amigos y trae el viento, al vaivén de una ducha y un polvo canónico, mojado y en penumbra, una canción de gatos, unas sábanas grávidas de lebeche como la mayor que nos lleva a aguas ignotas.

Hoy nada importa y el enemigo es un guiñapo ridículo. Hoy es domingo. Hoy la buena suerte se viene a cántaros.

jueves, 9 de octubre de 2008

Una recomendación apresurada


Mi vecino de blog, el mentiroso, me dejó - vale decir que a punta de exigencia - hace un par de días el libro de cuentos "tretze tristos tràngols", de Albert Sánchez Piñol, ya saben, el de La Pell Freda y Pandora en el Congo.
Un trayecto Valencia Alicante en regional basta para calzárselo hasta el final.
No les salvará la vida, no aprenderán gran cosa, nada les agujereará la memoria como un balazo. Es un libro que, gozosamente, cae del lado de los agradables entretenimientos. Trece cuentos lúcidos, seductores, sencillos. Trece historias que a uno le hacen recuperar el gusto compulsivo por pasar al siguiente y al siguiente y al siguente.
Especialmente apropiado para los vientos de concordia que soplan en ciertos foros es el relato sobre la ayuda que brindan los marcianos a los proletarios de la tierra para emanciparse de la burguesía.
Que lo disfruten.
Y el nou d'octubre? Bien, gracias.

domingo, 5 de octubre de 2008

ataud omnia mensura


Fue un funeral ajeno. Fuera llovia en lentos cuchillos fríos, el aire tenía la dureza angulosa del diamante, la plaza estaba sola, aún más sola con su dosel de paraguas negros. El coche fúnebre paró junto a la puerta de la iglesia, duro, brillante y uno, multiplicado por las gotas de lluvia que corrían por la carrocería y trazaban mapas fugaces en los cristales, cambiantes geografías, fronteras móviles, ríos que se consumen en su carrera, países en fuga, revoluciones transparentes, generaciones que aparecen y desaparecen en lo que una gota se alarga y se consume contra la goma negra del vidrio.

Era un muerto ajeno. Así que poco importa mi seriedad, el pájaro de la premonición en las rodillas, el lento de insectos metódicos. Cuando entra el último de los dolientes tras la caja, sólo un árbol permanece en la diminuta plaza, una vara raquítica de copa huidiza y rala, testigo atónito y de fiar, a penas un trazo oscuro e inmóvil que deja caer la lluvia y los días y cobija a los rápidos gorriones bajo sus hojas delgadas.

No es mi muerto, pero qué hombre no es hermano atento de los muertos. Quién se abstrae de beber en la lámina de su espejo, quién no ensaya esa quietud horizontal y de manos sobre el pecho, quién no cerrará los ojos para perfeccionar el único oficio que nos es cierto, el de yacer.

La iglesia es vieja y oscura, santos desportillados la velan, cenefas pastel recorren su arco superior hasta confluir en una bóveda de alegorías ilegibles. El suelo es un mosaico pardo y desigual de piedras triangulares, los bancos de la izquierda de la nave, al fondo, al blanco socaire de un San Jorge en afilada tertulia de lagartijas, delante el púlpito, más adelante, en el centro, impávido como un destino, el altar. Es pequeño, está cubierto con un mantel blanco de hilo, limpio y vacío como la mesa de una casa decente donde hace tiempo que no hay nada que celebrar y la vienen evitando los amigos y aún los hijos que se fueron hace tanto y tan lejos y sólo llaman una tarde cualquiera, cuando el sol se derrama como una sopa fría y ya no hay nadie al otro lado.

Frente al altar está la caja y parece aún más pequeña, más estrecha. Eso es un hombre. Ahí caben las palabras que dijo y las que calló, los viajes, los amores, los arrepentimientos, los elásticos músculos al sol, los tremendos genitales, la coquetería y la rabia que devolvió el espejo, los pasos perdidos, los hijos de la mano, las mujeres que lo decoraron con sus besos y la que permaneció al fin a su lado como un puerto, como una tormenta, como un bosque que nunca se aprende del todo y que sin embargo se reconoce en cada rama y cada tacto, en cada sonido. Ahí caben los crímenes y las traiciones, ahí su pecho abierto a las balas, ahí sus fidelidades inquebrantables y la mañana en que naufragaron, los mundos que vió y las puertas que le bloquearon el paso, las sábanas, los atrevimientos, los mañanas que no llegaron, la prudencia, la terrible prudencia, el mejor mañana pero también el roquerío, el mar batiente que lo llamaba, el fragor de la zambullida, el tapizado raído de su silla de trabajo, los ocho a tres, los nueve a siete, las dos horas para comer, el atasco y el vértigo, las escaleras que subió y las que no, la sonrisa que se congeló en una miga de pan, las canciones y los libros, las estúpidas banderas que siguió, trapos, mortajas. Ahí cabe un hombre, ese rectángulo es su dura síntesis y perdonen al cristo.

El ataud es la medida de todas las cosas y por fin ese hombre es un hombre. Demasiado tarde, como siempre.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Capados en capilla



Capados en capilla, Ulises amarrados al mástil de su polla blanda, sorderas que les son y palabras que no les son, diáconos de sus adiposidades, higiénicos divertidos, bocas que besan bocas para besar su siempre boca, grietas y rabietas, pataletas, cheques al mentidor, aulladores, aduladores, escanciadores de su fiesta, amigos, tan amigos, romeros de chaqueta ajena, estetas de bragueta, profilácticos de orgia a cinco dedos y aún son muchos, muchachos y muchachas, letras con antenas, gori gori sobre los vivos, fúnebres perfiles, funambulistas, subvencionados, amamantados, amansados a mansalva y selva y silva que no salva, malencarados, malacontecidos, malparidos, en buena hora todos ellos, blancos, tan infantes, tan triunfantes, tan trufados, tan truhanes, artríticos quise decir artísticos, ariscos quise decir en los riscos, como cabras, como balas, tan duros y tan huecos, tan alfa y tan paloma, coma, punto y coma, de su mano coma, su sopa, su copa de talle fino, su dote de muertos, dos casas y un huerto, la felicidad, la placidez de la redondez, el paso de la oca y tira y me toca y me duele y me huele y quiere más, quiere mi sangre, come mi hambre, pasa su dedo por mi miedo, su remedo, su verbito repetido y abotonado hasta el cuello de lana virgen con las inciales de otro niño grabadas en oro, pero mamá te quiere, no ha dejado de quererte por que tú eres el único mi vida, tú el de los millares, tú el innúmero, tú legión, tu tan alto, tan blanco y tan puro como un ángel de espuma, tú que no te alcanzan los espejos más grandes, ni los lagos, ni el perfil de las montañas, tú por quien amanece y se abren las calles, tú mi amor, mi bien, mi aire, mis ojos, tú por quien el pan huele a pan, tú por quien el sol, qué digo, tú el sol, tú el rey del universo, uni-verso, un solo verso la palabra que derrama tu boca como agua cristalina, tú el devorador de estrellas temblorosas y carnes al contado, alguna vez te lo he contado? tú no dejes de ser tú. Sonríe al naufragio, albo hijo de puta.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Gredos

El tiempo canónico del viaje es la madrugada. La noche antes cuesta dormirse, uno anda preso de una ilusión excitada e infantil, repasa cada detalle: la maleta lista, la mochila, el mapa, el coche, la ruta que se habrá de seguir, así que nada mejor que un whisky con hielo y un cigarrito especial preparado por la morena, así que nada mejor que meterse en la cama con los ojos brillantes de día siguiente y dejar que el sueño nos vaya trabajando lentamente, que la química haga su efecto y nos envuelva en su vaivén de telas livianas, que convoque de una vez por todas el dosel silencioso y oscuro. En el rectángulo cálido de una cama cabe el mundo y es como una isla contra la que nada pueden el mar batiente y la furia de los relojes. En ese país arduamente conquistado todo se rige por un lenguaje de osos y ríos, de caricias como lentos peces eléctricos, de ojos que se agrandan en la oscuridad hasta ser una misma estrella surcada de secretas canoas de plata, de crujido de sábanas de hierba y viento y largo tacto de pájaros, de sonidos amortiguados que pueden estallar a la vuelta de un instante.
A las seis de la mañana arrancamos el motor. La morena tiene sueño y las palabras le salen sonámbulas de la boca, como un médium inspirado que me conecta con ella misma, con la compañera que no falla. Carretera, carretera, carretera negra sin a penas nadie, más tarde como una cinta gris a medida que amanece a nuestra espalda. Así las cosas un café en Honrubia es una idea a la que nadie puede resistirse, y el viajero celebra el frío, porque signifca que está lejos de casa.
Madrid es un ovillo mohoso que cortar de un tajo, una trabajosa digestión. Después Ávila, recoleta, castellana, limpia, monumental y fría. Allí, al abrigo de sus murallas, entre sus palacios o frente a la iglesia de piedra, lo difícil es no sentir el tacto de la espada en la diestra y escuchar el piafido y las patadas de los caballos. Lo heróico es no imaginarse defendiendo la fortaleza contra el enemigo innúmero que oscurece el campo al otro lado. Esta noche cenaremos en la Hosteria Bracamonte, mejor una ensalada y dos de cochinillo, sin duda un buen vino tinto que lubrique la conversación y nos embriague en una misma incontrolable, y qué risa el camarero, y qué risa la dueña y qué tremenda risa ahora que estamos tan vivos y el mundo es un lugar nuevo poblado de cosas viejas. Y qué suerte encotrar un bar abierto de camino al coche.
El parador de Gredos es un viejo refugio de caza de principios de siglo. Entre sus gruesos muros de piedra gris los reyes, los padres de la constitución, tantos sueños como dejaron sus huellas en la moqueta e hicieron crujir las maderas y la pizarra del techo. Una habitación con dos camas, frente a ella un bosquecillo de pinos y la montaña. De fondo el sonido de los cencerros de las vacas y alguna conversación dispersa y jironada por el viento.


Al día siguiente, después de desayunar y proveernos de agua y comida, llegamos por una sinuosa carretera entre árboles y vacas a la plataforma de gredos. El último punto al que se puede acceder en coche. El final traumático de la civilización arrodillada frente a la magestad cruel de la montaña. No hay un sólo árbol. La nieve gobierna allí y aplana la vegetáción hasta convertirla en duro matorral y hierba amarillenta salpicada de inmensas rocas verdosas. Se escucha el murmullo del agua y cinco horas de camino para ver el circo de gredos y la laguna grande se antojan un precio razonable. Lo pagamos con creces. La subida es larga y exigente, las paradas se suceden y empieza a escasear el agua. A penas intercambiamos palabra, el óxigeno exige también ser racionado. Y justo entonces, cuando los ojos están llenos de belleza, en mitad de un repecho rocoso y rojizo, aparece la fuente de cavadores. Es un sólo caño metálico en una boca de piedra. El agua está fría y bebo, bebo como un animal de las manos de la morena, vuelven las risas y las palabras y como un inmenso desafío planetario se enciende un cigarrillo. Los pulmones, claro, no saben a qué atenerse al principio, pero reaccionan bien al tóxico calor conocido. Allí, dominando el valle, pienso en el hombre primitivo y su lucha por la supervivencia, en los días iguales de disputar el mundo a las fieras y los elementos y la noche y el miedo. Allí todo vuelve a ser hermosura. Después de la fuente de cavadores el camino se aplana y la roca desnuda deja lugar a una suave senda de tierra fina a cuyo extremo cae a cuchillo la garganta que nos separa del pico Almanzor, desafiante mole gris angulosa. A la derecha, como cuenco de agua del deshielo, la laguna grande y abajo, en el pavoroso fondo, un riachuelo corre entre meandros hasta perderse de vista. La alegría salvaje de haber llegado, el premio, el abrazo que se postergó hasta ese momento y mira, mira, míralo todo, emborráchate, te das cuenta. Así es la vida.

A la vuelta, nuevamente cerca de la fuente de cavadores sucede el milagro. Un rebaño de cabras montesas abreva en la fuente y pide comida a los excursionistas. Ahí vuelvo a ser un niño de golpe y entre la ilusión y el susto de la ilusión me acerco, nos acercamos, disparando fotos cuidadosamente, conteniendo la respiración cuando chocan sus magníficas cornamentas en una coreografía poderosa y sonora.

No lo creerán, pero al final de la rampa, cuando ya éramos dos sombras que bajaban de la mano, apareció una silla de mahou cinco estrellas, un chiringuito de madera, un par de cervezas saboreadas como nunca y un cansancio feliz.

Y qué más quieren que les cuente, les podría hablar del bar Drakar y su carne extraordinaria, de un plato de queso y dos cafés gloriosos, cortos y contundentes, les podría hablar de muchas cosas, pero al cabo sólo importó una: allí fui feliz, conocí un estadio de alegría pretérito, inmediato y poderoso. Allí dejamos una fortaleza a la que volver si el cielo se abriese de par en par mañana.

Una humorada nada inocente


La buena literatura no es tan extraña, tampoco los buenos chistes.
Los alcaldes del Partido Popular de la Marina Alta se reunían en Xàbia (gobernada por el Bloc, al menos a esta hora de la tarde) supondremos que como medida de demostración de fuerza. Algo así como si los reyes católicos, en plena reconquista, se hubiesen arrimado unos vinos mientras discutían los planes de batalla en pleno patio de los leones de la Alhambra, con Boabdil ataviado de mandil y cofia. Toma chaval, una propina para que le compres algo bonito a tu madre y tú Sancho, ve tomándole las medidas del cuello para ver qué espada usamos. Recomiendo el hierro siete, señor. Más o menos así.
La comitiva de los muncípies ocupaba la mitad de la carretera de Dénia, que es la vía que une la zona del cabo de San Antonio con el casco urbano. A las ocho menos cuarto de la mañana, supondremos que todavía con el sueño tibio entre los párpados y el gusto del zumo de naranja en el fondo de la garganta, con una blandura deliciosa y escalofriada, con la voz neutra de algún desesperado locutor de radio contando el enésimo fin del mundo, mis padres bajaban a trabajar en el coche.
Al enfilar la carretera de Dénia se encontraron la bandada de chaquetas y almas azules, balanceándose con desmayo de elefantes melancólicos. Debían ir a buscar un bar para el primer café, un confesionario para la primera mentira, un niño para el desprecio de maitines, una prostituta rumana, una moneda de latón, una colilla. Mi madre los esquivo con un giro suave del volante y mi padre, amanecido súbito al horror, puso los seguros del coche a toda prisa.
- Qué haces? - mi madre
- Poner los seguros - mi padre
- Por qué? - mi madre
- Joder qué por qué, tú has visto cuanto ladrón junto? - mi padre.
Es calcado al chiste de Quino en que Mafalda le dice a Manolito: Cada vez que veo un rico, aprieto fuerte mi piruleta y me cambio de acera. Y me consta que los hay honrados.
Uno se imagina a los primeros ediles arracimados junto al coche: ¿Limpia? ¿Unos pañuelos? ¿Una recalificación? ¿Tiene algo de pan señor? Tenemos hambres y nuestros hijos son tiranos. Una parada de zombies con los ojos en llamas y las manos huesudas arañando las puertas y el capó, un tam tam de maletines llenos de lluvia sobre el techo, una hojarasca de zapatos agrietados contra las ruedas.
Después de un despertar como ese, ya no se teme a ninguna suerte de desgracia.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Si de protestar se trata


Vaya por delante que CQC es un programa lamentable, un hijo bastardo de los buenos tiempos, un vampiro del talento de los padres, un monumento a la falta de imaginación y la chabacanería, una inmensa oportunidad de ejercitarse en la vergüenza ajena, un compendio de torpezas, un disparate de ombligos oxidados, un maniquí, una grieta, una nada.

Dicho esto, y si de protestar se trata, no me resisto a hablar del reportaje sobre los atascos legales del caso Fabra. La imagen que se ha dado en el programa a cuenta de los desmanes del fabrismo reproduce la práxis de cualquier dictadura del tercer mundo. Cambien la tez de Fabra por el negro, las gorras de los perros de Intereconomía por sombreros atigrados, las sudaderas por túnicas y ya lo tienen. Cuando uno se entera al final del reportaje de que uno de los perros es además guardaespaldas profesional y que en tiempos lo fue de Tamayo - el traidor que otorgó la presidencia de la comunidad de Madrid al PP tras el triunfo en las urnas de Rafael Simancas - las piezas no es que encajen, es que saltan por los aires y se adhieren a las cortinas como jirones de mierda.

En cuanto a la actuación de los perros de Intereconomía una reflexión que nos aparte del pecado de pensar que es el mismo juego (tú preguntas, yo pregunto, tú incomodas, yo incomodo). En el caso del CQC se hace - en esta sección en concreto - para conseguir una información, en el caso contrario para evitarla. No hay más preguntas, señoría.

Y como de protestar definitivamente se trata, una más. Los sopranólogos de la blogosfera no creo que bendigan la parodia de la cabecera del programa y la sustitución de una pistola por un palo de golf en el título inicial. Duele. No digo que Tony Soprano sea más honrado que don Fabrone, ni lo contrario, que eso lo dirá, si lo dice, el quincuagésimo cuarto juez del caso pongo por ídem, digo que escuece que le pongan la misma chaqueta a dos hombres en el fondo tan distintos.

Ahora bien, y a cuenta de que no aún me quedan coletazos de desánimo, si los castellonenses votan elección tras elección a esa gente será que lo merecen.


Bonus Track: El molt honorable ligó su futuro político al de Fabra. Eso no habla tanto de las luces del segundo como de las sombras del primero.

martes, 16 de septiembre de 2008

Elogio lisérgico del fundamentalismo árabe


Tal vez ya no haya nadie al otro lado. No les culpo. El porqué de tanto silencio y tanto polvo como piramida las esquinas es sencillo e irrelevante: enfermé de desánimo. Hay una corriente en la blogosfera colindante de tratar la actualidad, una tendencia honesta, frontal y feroz a patear el cartón de los trileros y escupirles la bolita dónde está la bolita a la cara, un pulso constante por el día a día, de lo íntimo a lo fronterizo, del rock al deseo y del mar al piano que, sencillamente, me vino grande. ¿Y para qué carajo va a escribir uno nada? En algún punto la realidad me pareció tan merecidamente imbécil que me senté en la grada a leerles y brindar por el fin.

Pero el desánimo es la estrategia de quienes nos quieren inermes, la más efectiva al cabo, la más difícil de enfrentar porque se disfraza de convencimiento, de decisión emanada del yo paciente. Y así vamos tirando.


El caso es que, si gustan, saco de sus goznes las puertas de la ciudad y las fracaso contra el suelo. Que su estrépito de maderas estalladas les de la bienvenida y supla a las campanas; hace tiempo las fundimos para fabricar munición, qué quieren.


Después de un fin de semana de lujo en la sierra de Gredos - siguiente entrega sobre la Laguna Grande, el pico Almanzor, las cabras montesas, la fuente de cavadores, el buen comer y el buen vivir... - esta mañana una noticia a penas entrevista en la última página del diario Levante-EMV me ha arrancado una carcajada a la hora del café: Clérigos saudíes piden la pena de muerte para ejecutivos de la televisión por la calidad de los programas. Vaya, vaya, vaya. Que yo no digo que la pena de muerte sea buena, pero un escalofrío de placer me ha recorrido el cuerpo al pensar en la suerte de sus homólogos españoles y valencianos de mediar un régimen fundamentalista. Fundamentalista religioso, no como el nuestro, digo. Fundamentalista religioso pero no del Opus Dei, corrijo. Uno se imagina a los clérigos enarbolando refulgentes alfanjes camino de Burjassot, abriendo las puertas de par en par con las patas de sus corceles blancos, arrasando cuanto encontraran a su paso hasta llegar a la planta noble, penetrando la sala de juntas y finalmente estupefactos cuando descubriesen que el ente lo rige un mono con una botella de vodka que se masturba compulsivamente para firmar con semen las prebendas que le dan de monear a vuelta de favor.

Como fantasía es deliciosa. Aplíquese con gusto y sin atender a posología a la cadena que convenga y los monos de acá y acullá. Disfrútese como merece.


Todo esto mientras las bolsas del mundo se van al carajo a velocidad supersónica lastradas por el reventón de las subprime y el efecto dominó en bancos y aseguradoras. Todo esto mientras Rajoy truena contra el hecho de que los inmigrantes que trabajan y cotizan cobren luego el paro. ¿Qué inmigrantes? Los que se subieron a hostias los andamios con que levantamos la catástrofe.


Lo dicho. Que vengan los árabes alfanje en mano. Entretanto me voy a hacer 2000 abdominales, como Aznar. Con dos cojones.

domingo, 24 de agosto de 2008

Verde que te quiero verde



Sucedió esta mañana. Tomaba cervezas con la Morena en El Canari, el gris metálico del mar se punteaba de blancas velas livianas, el camata de los tatuajes talegueros palmeaba por curdas y a nos dio por acordarnos de la residencia de estudiantes que compartieron García Lorca y Salvador Dalí, de la amistad de ambos con Buñuel, de su rechazo snob al entrañable muchacho Miguel Hernández (...y a las cavilaciones estas sienes). De García Lorca dijimos la elegancia, el talle de junco, el decir redondo, la jugosa delgadez, el tropo aéreo, el navajazo frío y la varita de Camborio.
Disfruten ahora de esta versión de Verde a cargo de Manzanita. Ahórrense las prevenciones, deshagan el mohín, aflójense el nudo del prejuicio y desespérense de belleza. No se puede cantar de otra manera.

martes, 29 de julio de 2008

breve suspenso de la ausencia

Y aquí estamos de nuevo, frente al ordenador, en un piso intolerablemente pequeño y caluroso, mientras de fondo suena la versión del bella ciao de Amparanoia y Manu Chao. Qué fácil es acostumbrarse a lo bueno, qué rápida la sensación de que todo es mentira: nuestros tristes anhelos de la hora, el oiga no aparque que yo lo vi primero, el deberías pasarte por la puerta ocho porque no ha pagado el recibo del mes... tantas cosas prescindibles como se levantan a nuestro alrededor dejando las grietas justas para respirar.
He estado ausente de la vida bloguera varios días (no llevo la cuenta) y a punto he estado de colgar el cartel de "Cerrado por felicidad del jefe", pero sucede que estoy de vuelta y bueno, una pantalla luminosa es tan mal analgésico como cualquier otro.
Han sido intensos días de sol, de mar, de remos, de árboles hasta donde alcanza la vista, de viento fresco, de amigos, de patadas al reloj, de chiringuito, de mis perros, de largas horas vagabundas de lectura, incluso en un ataque de adolescencia imparable, de tirarle a un periódico viejo con el rifle de balines que me trajeron los reyes unas lejanas navidades de sillas de cuerda y bocadillos de longaniza en el camino de cemento. Mi puntería continúa intacta - está feo que yo lo diga -. Tampoco les confesaré contra qué columnista disparaba.
Ahora no sé que hacer. Sé lo que debería hacer, pero no sé que hacer con las fuerzas que concurren. Al cumplir los dieciocho me entusiasmaba la idea de la ciudad. Ahora quiero volver. No sé si me aburriría, tal vez sí. Pero aquí, metido en setenta metros cuadrados, me subo por las paredes. Pienso en bajar a la calle y tampoco. Allí no hay árboles y no se ve el mar. No sopla el viento. Nada. Se me pasará con los días, eso seguro, pero de momento es lo que hay.
Basta de gori-gori. Eso, que ya he vuelto. Que se pasen por aquí cuando quieran. El mesonero anda triste, pero pronto volverá la jarana a esta Constantinoble itinerante.
Salud.

lunes, 21 de julio de 2008

Diafebusando en Constantinoble

No les ofenderé con el condicional. Sé de buena tinta que conocen el cuento de Julio Cortázar en que un tipo se aposta cada día frente a una pecera repleta de Axolotl (Ajolotes, en traducción de Dies Porosos, creo recordar). Cada tarde el tipo trasvasaba su incredulidad de grandes ojos abiertos con los peces hasta convertirse en uno de ellos. La idea no es original. Ya el mismo Cortázar tiene un cuento similar. También Alan Poe. También tantos otros, supongo. Hasta un servidor perpetró algo parecido en la primera edad del mundo, más o menos cuando los dinosaurios suspendían su actividad rumiante y se quitaban el sombrero al paso de las damas.
El caso es que ustedes jueguen, jueguen, que decían las abuelas. A fuerza de asomarnos a nuestro personaje bloguero podemos olvidar de qué lado del cristal vivimos realmente. Miren si no. Aquí me tienen, en Xàbia, mi Constantinoble perpetuamente asediada, con las armas de Diafebus, con el emblema del crucificado en la capa, con una espada de mandoble al hombro y a la derecha de mi padre. Así marchamos cada año en el reino de los cielos.
La foto es de la Morena, que como manda el canon, me calzó las armas y esperó a que volviese de las cruzadas...tomando una cerveza en la terraza del bar. A la vuelta yo no había ganado Jerusalén, no había ceñido los laureles ni ningún viejo emperador me había exaltado a la capitanía de sus huestes, pero cómo me divertí señores.
Tomen nota amigos, vaya con cuidado Forlati no se vaya a transustanciar en pulpo. Vaya con cuidado Ítaca, no se vuelva isla en medio del mar. Ojo avizor Vicè, que le veo con traje rayado tanteando la beretta en el bolsillo de la chaqueta antes de entrar al hall del hotel. Vigile morena maga que no acabe removiendo sapos y echando pizcas de rayadura de cuerno de unicornio. Prudencia Nota, no derrame la leche de los vasos y usted JR, afine bien las cuerdas y engrase la veleta por si le toca buscar respuestas en el viento. Cuídense o su personaje les acabará dando un susto de muerte a la vuelta de cualquier esquina.
Salud!

lunes, 14 de julio de 2008

Una lectura amable


Hace un calor húmedo que derrite hasta las ganas de respirar. Cada palabra escrita cuesta paletadas y paletadas de un cieno que se amontona humeante a la espalda. Así que algo ligero, suave, un perfume de menta a esta hora, una bebida fría, reconfortante como unas sábanas limpias.
Leo a mi vecino Forlati y aplaudo su recomendación de esta semana que empieza; leer a Pessoa es una experiencia terapéutica, algo así como levantar la vista con las ansias aplacadas, un hundir las manos en el calmo río para aprender su calma, un mano a mano crepuscular con lo dioses que nos olvidaron juntando rosas. Pero puede doler, como toda experiencia lúcida. Debe doler incluso, sólo así nos sanará. Esta tarde estaba pensando que escribir, más que un esfuerzo intelectual, es un trabajo sentimental. Cualquiera puede cumplir con los rudimentos de ladrillo sobre ladrillo, ladrido sobre ladrido, pero ésas son ramas secas, uñas de los muertos. La diferencia anda en otro lado. Por eso a veces nos cansamos y no es la cabeza sino el pecho.
Bueno, basta. Contra tanta gravedad, atendiendo a que es verano y canta la calandria y le responde el ruiseñor (cosas del cambio climático) les recomiendo a Álvaro Cunqueiro, concretamente su libro Merlín y Familia, que es el que llevo conmigo estos días. Conozco a alguien que dirá, sí cabrón, muy bien eso de ir recomendando cosas pero ponte a hacer la jodida reseña, perro. Glups, acto de contricción perfecta, que decían los curas de mi infancia.
Cunqueiro nos devuelve a nuestro estado lector primitivo, de pronto somos niños y escuchamos fascinados que Don Merlín y Doña Ginebra se mudaron a un caserío en la selva de Esmelle. En esa casa del norte de Galicia un paje adolescente levanta acta de los prodigios que su amo ejecuta cada día, requerido por los viajeros más fabulosos: tres hombres de iglesia que necesitan arreglar tres parasoles - uno convoca el sol los días de lluvia, otro da el don de las lenguas, el tercero prende el día en mitad de la noche más cerrada sólo para quien lo porta-, un diablo que convirtió a una infanta de irlanda en cervatilla para poseerla, un emisario de un ejército perdido en mitad del desierto que anda requiriendo el camino de quita-y-pon - cierta tela que puesta sobre el suelo transporta a quien la pisa donde desee -.
Es un bestiario mágico, una recopilación de leyendas, historias que tienen la sola y difícil virtud de hacernos felices mientras las leemos.
También es una fiesta del idioma. Cunqueiro es un alquimista del castellano sin llegar al barroquismo ni hacerse difícil. Es elegante y exacto, como un mago que se complace de vez en cuando en sacar un conejo de la chistera y convertirlo en ramo de flores o paloma cuando aún andábamos convenciéndonos del prodigio inicial.
Leer a Cunqueiro es hablar con un hombre sabio, tranquilo, divertido, culto, bondadoso.
Lean a Pessoa, claro, pero cuando se cansen de sufrir, marchen a la selva de Esmelle. Merlín sabrá como acariciarles el alma.
(La foto es de la casa natalicia de Álvaro Cunqueiro)

lunes, 7 de julio de 2008

Sanseacabó

Y ya está. Otra etapa quemada, otro cartucho, otra flecha que vuela sin saber si se clavará en algún lado y tras la que, lo dice Cortázar, sólo un imbécil correría para darle empujoncitos suplementarios. Ahora toca colgar el arco e ir a tomar vinos con los amigos.
Después de 16 meses mi periplo como guionista de Conta Conta parece que toca a su fin. Llegué huyendo de la radio, ilusionado ante un reto que se prometía de primera magnitud y que al final, como siempre, no fue tan grave. Llegué y el primer día me senté a escribir como si me persiguiera un tigre, apurando cada minuto como si fuera una sandía jugosa, dejando que su líquido se me escurriese por la comisura de los labios, apurando hasta las heces cuantos cálices se me presentaron. De esta etapa dejo algunos amigos, un puñado de buenos ratos, un grupo humano extraordinario y la certeza de que sí, que se puede, que con un poco de cabezonería es posible ser guionista. Los últimos meses, para qué engañarse, han sido difíciles, muerto el estímulo inicial y sin perspectivas de continuación me dediqué a pairar con desgana frente al ordenador, eructando alguna pieza cada varias horas que postergase el momento de mi despido - si alguno de mis jefes lee esto que lo entienda como una licencia literaria, que yo me he esforzado mucho y he hecho las cuentas sin borrones y jamás me acosté sin rezar mis oraciones, señor juez - . Parecía uno de esos futbolistas viejos y gordos que se tiran al suelo antes de que los toquen, que se bajan las medias en señal de cansancio, que se pegan a los centrales para que no les pasen la pelota y que darían la virginidad de su primogénita a cambio de que el árbitro clausurase el sufrimiento. El problema no tenía que ver con la naturaleza del trabajo, aclaro, era exclusivamente mío. Digamos que el momento que estoy pasando - mierda de exhibicionismo bloguero - no es el mejor del mundo y un trabajo en el que la materia prima es la capacidad de abstracción te puede alojar en el cielo o en el infierno con la misma facilidad.
Basta.
Me he divertido. Mucho. Pero todo lo bueno se acaba, así que entre hoy y mañana las puertas del paraíso van a gemir sobre sus goznes y se van a cerrar durante largo tiempo con un estrépito como de accidente de trenes. Extrañamente no tengo miedo. Me excita la inminencia del cambio igual que me ponían cachondo los primeros días de cole. ¿Cómo serán mis nuevos compañeritos? ¿Qué libros tendremos? ¿Será ésta mi clase? Caramba, espero que sigamos jugando al fútbol en el patio. Me gusta la idea de tener que volver a empezar, de revisar todo lo que hasta ayer parecía eterno e inventarme de nuevo ( ya ya van...)
Tengo mucho que agradecer, también. Supongo que no es fácil confiar en un alguien con mi cara de despiste, con mis silencios tímidos (que más de una vez los han confundido con la soberbia) y mi escasa habilidad social. También tengo deuda de gratitud con correctores y compañeros que me hicieron guionista y me mejoraron la dipsomanía. Confiaron en mí - angelicos - y fui feliz.
No sé que deparará el futuro, pero sea lo que sea, me gusta de antemano. ¿Cómo será el paro?
¿Será verdad que es como el limbo y que el cuerpo se resiste a amanecer antes de las once? ¿Llevaré a cabo alguno de mis proyectos eternamente aparcados?
En fin, ya les cuento.

martes, 1 de julio de 2008

Calle Espinosa

Hace tiempo que descubrí la historia, pero la maraña del tiempo, la desmemoria, la cadencia equivocada como de toro desangrado una tarde cualquiera en el centro del sol, la fue postergando, dejando para una noche que se rompe y que tal vez ya no es ésta.
Es un relato, como verán, que de algún modo me emparenta con BT y que se empeña en amasar el mundo como un solo lugar.
Estuve trabajando varios meses en la calle Espinosa del Cap i Casal, una vía estrecha e incómoda, perpendicular entre Guillem de Castro y Fernando el Católico, paralela a la plaza de Rojas Clemente (ilustre titagüense a quien desconozco con todo lujo de detalles). Días iguales la estuve embocando con el mismo paso distraído, con idéntica mirada coqueta y disimulona a las vidrieras de las oficinas que me devolvían la cabeza de pájaro, el desorden redondo y blando del pelo, el paso corto, el péndulo caviloso de las manos, la mansedumbre de la hora, el frío, las mejillas, el cálamo negro de la barba, las nubes, el movimiento sordo de los labios en disputa. En las paradas a fumar la gustaba de punta a punta, le maldecía las obras y me acercaba a ver los trenes en el escaparate de la tienda de maquetas a la que nunca entró nadie. A eso de las seis soñaba que esos trenes me llevaban a otro tiempo y otra lluvia, soñaba con maletas de cuero y fieros gendarmes, con praderas de paso cinematográfico, verdes, con el sabor de la menta y el pan, soñaba con pistolas de una sola bala y ventanas trizadas y bares y escaleras de hierro y qué se yo. Otras veces pilotaba stukas alemanes o peinaba las dunas del desierto a trompicones en la cabina de un Suzuki. Invariablemente volvía a escribir. Inútilmente abría la puerta de la oficina despacio por no espantar los posibles espejismos, la selva frondosa y el lago. Siempre la misma luz de autopsia, los ordenadores y los compañeros repetidos como fichas de dominó. Las postales de los lugares que nunca vio nadie. El tiempo.
Pero fue después que supe que esa calle me conocía desde hacía un siglo. Que ya había olido mi sangre. Que me corrijan los que saben (si leen esto) pero la cosa fue más o menos así:
En la calle espinosa mi bisabuelo tuvo un horno de pan. Cada noche entraba al obrador para tener el pan listo con las primeras luces. En aquel tiempo la tienda de maquetas no existía y faltaban varios años para que los stuka aterrorizaran Europa con su trompeta de Jericó. Tal vez sus sueños de huída eran más cercanos, tal vez era un tipo feliz que se complacía con tener un oficio y comer caliente. Lo imagino lleno de harina, abundante el pelo, legañoso, flaco. Lo imagino un tipo divertido y charlatán, marrullero, tramposo, fanfarrón, buena gente. El caso es que un día entró a comprar el pan una chica joven y el joven bisabuelo colgó el cartel de Cerrado Por Fiesta Mayor. Detrás del abrigo de lana y de los botones nacarados, debajo del mango del paraguas y el pelo recogido, parapetada en una sonrisa de labios prietos, acababa de aparecer mi bisabuela. Seguramente no fue así, pero no importa. Se hicieron novios a la manera clásica, así que tardes de mesa camilla y besos robados, así que bailes, así que un panadero no se va a llevar a mi hija ¿estamos? El suegro, claro. A éste me permitirán que lo imagine calvo, lustroso, hierático; que le ponga quevedos, ilustración y milicia. Mi bisabuelo recorrió esa misma calle Espinosa pensando lo mismo que yo pensaría cien años después poniendo mis pies sobre sus huellas: Y esto de la vida ¿cómo carajo se hace? El tipo colgó el mandil y requirió los bártulos, cambió las rosquillas por el derecho romano, el trigo por los legajos, las noches de fuego, por las noches de papel. Se nos hizo leguleyo, se casó, tuvo hijos. En esa misma calle Espinosa, del esfuerzo de un panadero, nací yo.
Por eso cada vez que giro la esquina para comprar tabaco, cada vez que esquivo el enrejado de sus obras o que salto para evitar la embestida del autobús, pienso que allí están mis primeras huellas. Que llevaban cien años esperándome para contarme una historia de hombres valientes que también soñaban con escapar.
Probablemente hoy mi concepción del valor sería distinta. Jamás me plegaría a los deseos de un tipo como el suegro de mi bisabuelo, pero entiéndanlo; el panadero, el jodido panadero, apretó los dientes y consiguió lo que quería.

domingo, 29 de junio de 2008

Vivir bonito

Ayer no ganó un equipo de fútbol. No sólo. Ganó una idea, una concepción de la vida, una forma de ser y estar en el mundo. Ganó una inmensa lección. Nunca más miedo, nunca más la mentira de las trincheras, nunca más, en el campo ni en la vida, colgados del larguero. Jueguen bonito, vivan bonito. Ganarán siempre. Ayer se desactivó el discurso de los emboscados. Ayer las flores barrieron a los tanques. Ayer los pájaros trinaron hasta hacer callar a las escopetas y corrieron a aletazos vivos y vertiginosos a los hoscos cazadores. La música de ayer sigue sonando esta mañana. Cuando tengan dudas, cuando arrecie el viento, nunca más un pelotazo, no se embarren, levanten la vista, toquen, toquen, ofrézcanse, tiren diagonales, gústense para gustar. Ganen, sí, pero de esta manera. Sean valientes. Abrásense defendiendo su criterio. Háganlo aquí y ahora. No esperen a mañana porque la primavera no espera a nadie.

jueves, 26 de junio de 2008

Es tan hermoso que duele



Este es el vuelo del poeta. Marchen cantando al abismo.

lunes, 23 de junio de 2008

Sí, amigos, eran ellos




Acabo de descubrir cómo carajo se adjuntan los vídeos. Bien, esta es una canción que hacía años que no escuchaba, pero que a cuenta de las últimas astracanadas en el mercado de mi compadre Vicè, me ha vuelto a la memoria. Ustedes saben. Usted sabrá.
Salud!!

viernes, 20 de junio de 2008

Los Decapitados


Los decapitados aparentan ser como usted y como yo. Comen, se lavan, se lamen largamente las patitas y los bigotes, prestan sus testas envenenadas a otros decapitados, envilecen calles iguales, sonríen, beben agua de rosas y no se mueren ni a tiros. Los decapitados no tienen nombre sino número. Nacen ya sin cabeza y sus madres les besan los pies a falta de algo mejor que llevarse al beso. Los decapitados piensan con los pulmones, higadean consignas, pancrean símbolos, ahorcan con los intestinos, gonadean la alborada, vegigan noche, palmean palmas y son felices. Los decapitados miran terror y son terror, firman en restaurantes de lujo y follan de lujo en puticlubs tristes, se llaman de usted y manan sombra. Los decapitados se descubren ante las damas y se cubren ante los hombres. Los decapitados aman a los débiles y los llevan al cielo; tan alto, tan azul, tan escrupulosamente cielo. Los decapitados duermen de un ojo abierto y desayunan tazones de leche a los que bajan el sol cada mañana a eso de las doce. Los decapitados no empeñan la palabra porque son palabra hueca, no dan la espalda porque son espalda. Los decapitados. Los sin cabeza.

miércoles, 18 de junio de 2008

Nos vemos el domingo


Que dice aquí mi vecino Vicè que va con Italia el domingo. Perfecto, estoy con él en eso de que el fútbol, en tanto que pasión ética y estética, en tanto que irracionalidad, no debe estar atado a cuestiones patrióticas. De hecho de un tiempo a esta parte escucho la palabra España y me echo a temblar, veo una rojigualda en una prenda de ropa y, como Mafalda, aprieto fuerte mi piruleta y corro a esconderme - y me consta que los hay honrados, pero...- y en general sufro de desconfianza congénita para con las banderas. Pero yo el domingo voy con España. ¿Porqué? Pues vaya usted a saber. Tal vez porque el fútbol es Vázquez Montalbán gritando Hala Madrid frente al espejo. Tal vez porque Butragueño, al retirarse, lloró sobre el césped de un Nou Camp vacío como sobre la tumba de un enemigo querido, como celebrando uno de esos antagonismos que ayudan a vivir.

El caso es que Italia me aburre soberanamente y no acabo de encontrarle la épica por ninguna parte. Vale que Vicè nos vendió la historia de Gattuso, pero me temo que si nos cae bien es virtud del narrador, no del sujeto. La azzurra me parece una selección rocosa, con oficio, artera, con un tal Luca Toni que un día se cansará de fallar goles cantados y un portero monumental, pero en general me ofrece la impresión de ser un equipo vago. Un grupito de funcionarios. Una banda de notarios del fútbol que si por ellos fuese se ahorrarían el partido y lo ganarían por poderes. Una turba de leguleyos enfebrecidos que esgrimen mil veces la misma mentira manoseada. Entonces ¿porqué ganan cíclicamente? Por lo mismo que en la vida nunca o casi nunca ganan los nuestros. El único equipo italiano que me gustó fue el Milan de los holandeses. Después la nada absoluta.

Esta España sin embargo es diferente a la que se ha venido estrellando contra roqueríos sucesivos. Además de tiki-taka (que palabro más feo, la madre que me parió) tiene suerte. Por primera vez a un puñado de futbolistas talentosos en mitad de la cancha se suman dos delanteros en estado de gracia y una obsesión por ganar, ganar y ganar hasta cuando no hace falta (hoy mismo contra Grecia. Lo fácil hubiese sido dejarse ir). Por primera vez los once tipos que se enfundan la elástica están acostumbrados a la responsabilidad, muchos de ellos fuera de nuestra liga, y eso curte. Por primera vez, digo, me da la sensación de que no son una banda de llorones y prestidigitadores baratos. Es un equipo capaz de jugar en corto y en largo, al pie o en profundiad, de dormir un partido acunando el balón de banda a banda o saltar a la yugular con una violencia fría, de marcar por talento o acumulación, de encajar, bailar y pegar. Pero el arma secreta, el arma definitiva es...que estamos convencidos de que España se va a la puta calle en cuartos de final. No vean lo que libera eso, oigan.

Así que el domingo les vamos a dar pasaporte a los de Vicè. Ni siquiera va a ser un choque agónico como a él le gustaría. Un sustito al principio de Luca Toni, dos a cero al descanso y a matar el partido en una contra. Tres a cero y a otra cosa mariposa. Va a ser hasta fácil.

Después mi estimado vecino puede seguir vendiendo humo. Los teóricos, ah, los teóricos.

domingo, 15 de junio de 2008

NYC-Tijuana (II)


...Una silueta cada vez más grande se recorta sobre las luces de neón.

- ¿Qué coño es eso? (en voz baja)

- Stephani que viene a chupártela, te apuesto diez dólares y media botella de ron.

- Os queréis callar, joder.

- Es que nadie va a mover un dedo?

- El cementerio de los héroes es dos calles más abajo, genio. Con un poco de suerte es un palurdo con una escopeta de dos cañones. Por lo menos dos de nosotros tendrán una oportunidad. Eso es más de los que tienen muchos.

Un trueno de cristales trizados y es como si la luz de neón explotara en un vuelo de insectos en llamas. El Elvis más gordo de la convención se precipita en el cuarto, con la mano izquierda trata de tapar una herida de bala en el abdomen de la que mana una sangre abundante y negra que se le escurre entre los dedos. El hijo de puta pestañea para habituarse a la penumbra Uno, dos, tres, cuatro cuerpos se arrojan mezclados, torpes, con el calor fétido del sueño en el aliento, a la moqueta. Elvis lleva un revólver de matar elefantes y apunta alternativamente a derecha e izquierda.

- ¡¡Stephani!! Grita el tipo.

La primera estampida arranca media puerta de armario. Dos disparos más a ciegas.

- ¡¡Stephani!! Tres, cuatro.

- Sólo le quedan dos balas en el tambor.

- De puta madre, siempre quise morir al lado de un genio de las matemáticas.

Tres, cuatro cuerpos pegados al piso. La nariz hundida en la moqueta, todos los músculos tensos, unas ganas locas de salir corriendo y una invalidez súbita e inapelable, un olor áspero como de desierto, como de asiento trasero de camioneta Ford, como de calcetines de Bob Jr que esa tarde no está paleando heno, como de canción de Don McLean y quítate las bragas, vale, pero como se lo cuentes a mi hermano, a mi qué coño tú hermano, estás tan guapo cuando te enfadas, como a mañana de domingo, como a dos hijos, como a trabajo en la ferretería y alguna reyerta triste, pero es buen chico Bob Jr, oh, sí es buen chico y ella lo quiere, como a cadáver encontrado una noche de noviembre con toda la lluvia al otro lado y un billete de tren en la americana, bien doblada, oculta tras una butaca. Otra bala en el techo, una, una sola en el tambor.

- Sería la hostia como me tocara a mí, piensan uno o cuatro tipos.

El siguiente sonido sordo no es un disparo. Elvis ha caido de bruces.

Aún pasan unos minutos antes de que nadie se atreva a moverse. No se encienden las luces, por no atraer más visitas. No tenemos nada que ofrecerles y sería una grave desconsideración. Así que toca registrar la ropa del fulano: tres dólares en monedas, una licencia de conducir del estado de Texas, un pañuelo de mujer bordado y una pequeña llave como de consigna con el número 654.

- Deberíamos quedarnos el revólver. No estoy dispuesto a que me canten Love me Tender mientras me mandan al infierno.

-También la llave.

Resolvemos no dejarle al gerente más propina que esos ciento veinte quilos de carne con lentejuelas que yacen en un charco de sangre. Si se la raciona bien puede pasar el invierno. Si hace hamburguesas puede ahorrarse unos buenos dólares sin traicionar la divisa: 100% vacuno americano. ¿También su carne tendrá las vetas de grasa amarillas?

Amanece con desgana y vemos que el motel está en medio de la nada más perfecta. Millas y millas de desierto a penas salpicado de hierba seca y delimitadas por una cadena montañosa que parece no tener fin. Un anillo con temblor de espejismo que parece moverse como una serpiente.

Salimos muy despacio de la habitación y esperamos en la puerta, sin saber exactamente qué. El silencio, la posibilidad de que estén todos muertos. La opción más plausible de que cinco disparos en la noche no son una novedad reseñable en ese lugar.

Al bajar las escaleras de hierro oxidado del motel encontramos que el coche está impecablemente desvalijado. Un trabajo de profesionales, de tal precisión, amor y celo que sólo podría ser obra de un jesuita o un borracho. No quedan ni las ruedas.

Cuatro sombras se abrasan de calor por la carretera polvorienta con sus maletas al hombro. El bulto del revólver late como un corazón enfermo. De pronto, a nuestra espalda, una nube de humo auncia la llegada de un camión...

miércoles, 11 de junio de 2008

Una de radio


No, no se preocupen por el título. No voy a escribir sobre mi paso por la 97.7 radio, entre otras cosas porque tendría que discrepar diametralmente de la opinión de JR, entre otras cosas porque antes que "leyenda de la radio" se me ocurren unos cuantos calificativos para Enrique Ginés, entre otras cosas porque entonces este post se debería titular sobre héroes y tumbas y Sabato se me adelantó.
Debido a una cierta reestructuración de mis circunstancias laborales (hacer humor no difiere en tanto de apretar tornillos en la Ford) llevo unas semanas madrugando como la gente de bien. Cada mañana cubro el trayecto entre Aldaia y el centro de Valencia con la radio puesta, saltando de emisora en emisora, dándome mis dosis de acuerdo y veneno según el atasco, según la lluvia. Ahí les dejo unas perlas:
- José Luis Rodríguez Zapatero: "Estamos haciendo todo lo posible para solventar esta crisis, pero si es necesario haremos más". Glups, después de hacerlo todo aún se puede hacer más. A las barricadas entonces!!
- Ricardo Costa (diputado del PP) a cuenta de las pasadas lluvias y la consecuente derogación del trasvase de emergencia a Barcelona: "La política de Zapatero en materia hídrica es tan errática que depende de la lluvia. Para eso que cambien a la ministra del ramo por el hombre del tiempo" Glups, la política hídrica depende del agua? Qué vergüenza. A las barricadas!!
- Bibiana Aído (ministra de Igualdad): "Los miembros y las miembras..." Glups. A las barricadas y a los barricados!!!
- Federico Jiménez Losantos, a cuenta de una iniciativa de Bibiana Aído según la cuál se ofrecerá un teléfono a los maltratadores para que canalicen su agresividad: "Ya puestos que pongan muñecas hinchables en las esquinas con la cara de la ministra y de Gómez Bermejo - ministro de justicia - para que nos desfoguemos todos". Glups, se imaginan a Jiménez Losantos en una esquina, allí el hombre, dándole al desfogue a capullo remangao? A las barricadas hinchables!!!
- José Blanco (secretario de organización del PSOE) sobre la victoria de Obama en las primarias demócratas: "Yo ya sabía que iba a ganar, pero preferí no pronunciarme para no influir". Glups, a las barricadas en Dakota del Sur!!!!
En fin, espero que se hayan divertido tanto como yo cuando las escuché en su momento. Si me acuerdo les iré dejando joyas dialécticas como estas. Salud.

lunes, 9 de junio de 2008

El deseo de Miroslava


Me cae bien Roger Federer porque nunca ha ganado Roland Garros. De otro modo su perfección se me haría difícil de soportar. Me cae bien Rafa Nadal, porque sólo gana en Roland Garros (exageración que espero que entiendan y no corran a censurar). De otro modo su presencia rudimentaria me acabaría cansando. A Federer lo imagino abriéndose camino con un florete en el desembarco de Normandía, sin despeinarse. A Nadal lo fabulo partiendo a hachazos las murallas de la fortaleza de San Carlos de la Cabaña.
No me interesa hablar del partido, sino de la novia de Roger Federer, la extenista Miroslava Vavrinec. Mírenla. Mirenla bien y no se cansen de mirarla porque ella es el arquetipo de la triunfadora prime time. Ella es la opulenta belleza occidental que come cinco veces al día y me deprime y está triste por mucho que mofletes hinchados de viento de rosas. Es la hija que Rita Barberá consentiría tener. Demasiado perfecta y porcelana para otras manos que las del mejor tenista de todos los tiempos.
El domingo, el realizador de televisión subrayaba cada fallo del suizo con planos morosos de Miroslava. Detrás de sus gafas de sol, negras, anchas e insondables como la noche en el océano, reprimía un mohín de disgusto con cada volea que se quedaba en la red como un pájaro exhausto. Al menos eso dictaba un análisis superficial y correcto. Su gesto era otra cosa.
Viendo en el rectángulo de tierra a su chico perfecto barrido por un huracán, un fogonazo de deseo le revolvía la entrepierna tantas veces condenada a caricias tímidas y casi conyugales. Me la imagino despreciando a Federer, sus joyas, el maquillaje, los anillos y la sonrisa perfecta y los castillos y el champagne y lejos, muy lejos; apretada a la musculatura hercúlea de nadal en la parte trasera de una moto con el carburador rectificado por una pista de tierra camino de una cala abrupta de Mallorca. Mientras Federer, el buen Federer, el lindo, suave, correcto Federer, el pobre buen mirlo blanco Federer, caía una y otra vez, Miroslava sentía su ropa hecha jirones, su cuerpo estirado hasta la asfixia, los mordiscos callados y brutales de Rafa en su carne burguesa.
Después, por la noche, mientras Roger lloraba en la habitación con un bombón de menta entre los dedos, Miroslava se masturbaba en el baño mordiendo una toalla para no hacer ruido.
¿Me quieres? preguntó Roger más tarde.
Apaga la luz, dijo Miroslava. Y le besó la frente.

miércoles, 4 de junio de 2008

Exilios

Esta es el alba. Es anterior a sus mitologías y al Cristo Blanco. Engendrará los lobos y la serpiente que también es el mar. El tiempo no la roza. Engendró los lobos y la serpiente que también es el mar. Ya vio partir la nave que labrarán con uñas de los muertos. Es el cristal de sombra en que se mira Dios, que no tiene cara. Es más pesada que sus mares y más alta que el cielo. Es un gran muro suspendido. Es el alba en Islandia. Jorge Luís Borges.

Elijo Islandia para mi huida. No como lugar para quedarse, porque escapar es una vocación, pero sí para realizar el supremo acto del portazo. Chau Valencia, ahí se queda con sus cosas, sea buena, vigile los triglicéridos y las banderas, no cruce en rojo, sobre todo no cruce en rojo y respete a las damas que desmayan sus pasos como pinceles, a los varones que son Atlas de su barriga, a los niños que mañana le cumplirán escrupulosos el odio. Ahí se queda ciudad. Le dejaré una luz encendida por si teme a la noche. ¿No? Tal vez debiera.

Elijo Islandia, sospecho que el nombre es fruto de una torpe traducción de intuición fonética de Iceland, tierra de hielo. Elijo arribar como los Vikings en un barco precedido de dragones. Elijo el tacto del hierro en mi mano. Elijo un pueblo pequeño, junto al mar. Elijo una barca, una casa pequeña y cálida en dos alturas con ventanas al fuego y al agua. Elijo bajar cada mañana a pescar.

Sin estar he recorrido ya esas calles. He caminado contra el viento con las manos en los bolsillos y el tronco vencido hacia delante hasta llegar al bar. He tomado sus licores duros y he visto follar a los caballos salvajes en un instante y un alba que no concluyen. Islandia. Pero ¿Islandia para qué? Islandia está igualmente poblada de espejos.

lunes, 2 de junio de 2008

La cretina comedia hace saber

Una pequeña representación de la Cretina Comèdia (Forlati, La Morena y Diafebus), entre tragos de ron con cocacola y exquisito éxtasis de rock n' roll, cortesía y derroche de Serie B, decidió lo que a continuación se detalla al resto de miembros.
Urge reunir a la cofradía en la ciudad de Alicante. La propuesta es la siguiente: cena en La Marmita (http://www.lamarmita.es/). Un local de buena cocina - y precios accesibles - que además tiene el buen gusto de conservar la costumbre del reservado. No nos merecemos menos, proclamo. Posterior visita lúdico cultural al barrio de Santa Cruz con loas a la virgen del Carmen, excomunión y justa poética, desembarco en el Barrio, cubateo feroz, reparación en catorce versos del mundo y aledaños (para ello usaremos el estrambote, esa excrecencia) y pensioncita canalla para pasar la noche. ¿Qué dicen al respecto?
Nota: nacimos sin carta fundacional, pero de haberla redactado algo muy feo y muy grueso se hubiera dicho a cerca de la negativa al llamado de la aventura.
Salud!
(y perdón a los visitantes esporádicos por lo endogámico del texto)

domingo, 1 de junio de 2008

Atardecer en una ciudad dormitorio


Todavía no sé por qué me fui de mi piso de la calle Turia. Allí fui feliz. Después de dos años de hastío en un noveno piso de Primado Reig cargado de voces muertas y reflejos polvorientos, decidí que había llegado el momento de huír. Desde 1997 había vivido siempre cerca del campo de Mestalla, primero en Micer Mascó, después en Alfonso de Córdoba y ahora en esa avenida fragorosa. Recuerdo que cada noche el ruido era como una línea que engordaba o se adelgazaba según el momento sin llegar a extingirse del todo. Recuerdo la lluvia sucia. Recuerdo la pena y las empanadillas de espinacas. Me recuerdo estudiando economía sobre el mármol frío de la mesa de la cocina. Recuerdo un ataque de pánico por sobre dosis de café. Poco más. Nada más.
Fue a través de Rober, un venezolano engreído, suave y talentoso, que desemboqué en el número 57 de la calle Turia. La primera vez que traspuse la puerta me agarró una certeza unánime de luz calida y balcón con sillón de cuero desvencijado y una habitación desnuda con vistas al deslunado que amplificaba los gemidos de placer de una pareja anónima y una promesa de felicidad en cada paso. Acepté de golpe y me quedé dos años.
Por allí pasaron con tambor de banda borracha Tania, que trajo tequila, lágrimas y ternura de su México lindo, Paolo que vino del Salvador y no encontró a nadie que lo salvara, María Claudia que siempre escondía una palabra detrás de la palabra y era tímida y Colombiana, Savinelli, que llegó como compañero y me hizo el honor de llamarme amigo y resucitarme para la escritura cuando andaba renunciando en un laberinto de argumentos marchitos, David Benavent que, bueno, es David Benavent y lo queremos en este barrio con sus idas y venidas y sus certezas y sus ganas locas de volverse loco, las argentinas María y Natalia, el manchego Quique, el gringo Dan que le preguntó una noche a Vicè dónde había dejado su falda y nunca se curó del todo de la nostalgia de New Jersey. Allí fui feliz y allí vuelvo algunas veces, a comer con Tony y a besar en silencio cada mueble de ese lugar sagrado. Escribí Carrer Túria en veladas que se cerraban con una cerveza solitaria y satisfechas en la barra de La Marcha y, qué curioso, lo que fue declaración de amor velada constituyó el fin del juego. Aquel dinero, no pregunten, no pregunten, no pregunten, me volvió adulto y pensé que bueno, que...no les aburriré con excusas; pensé en comprarme un piso.
Al principio busqué mi nueva casa en Valencia e incluso estuve a punto de ser vecino de Forlati en un loft ardiente. Las casas que me gustaban no las podía pagar y las que entraban en mi presupuesto de raspa de sardina eran Sarajevos y Saigones bombardeados. Conocí pisos e historias terribles, como la de aquel cuarentón blando que me intentaba vender un agujero con sofás de sky rojo y lámparas con visillo para, según me susurró avergonzado y suplicante cuando me iba, dejar de vivir con su madre. Cuando estaba a punto de arrojar la toalla mi madré llamó mi atención sobre un aviso mínimo en una revista especializada. Es mi casa actual en Aldaia.
Le vendí el alma al demonio a cambio de estos setenta y cinco metros cuadrados confortables, pulcros, bonitos como un juguete un domingo a la salida de misa al niño más bueno del coro.
De eso hace ya ¿un par de años? Ahora vivo bien y no me quejo de ninguna de mis circunstancias. Me va bien, pero...en tardes como esta me da por la nostalgia de mi piso en la Calle Turia. Igual es la hierba que se ha dejado la morena en mi casa, igual es el domingo, igual es que noto que debería estar haciendo otras cosas, igual es que no me gusta mi cuota de edad adulta. Una caladita para todos ustedes. Acerquen los labios, cierren los ojos...

lunes, 26 de mayo de 2008

Tranquilos, sobre todo muy tranquilos


El nuevo mestalla se cobra la vida de cuatro obreros. Dos de ellos suramericanos, ningo mayor de cuarenta años. Un hospital puede estar empantanado durante años, las infraestructuras de acceso a la ciudad pueden esperar, podemos dejar morir un barrio durante veinte años, pero esto había que hacerlo rápido, muy rápido, más rápido.
¿Consecuencias? Ninguna. Es un proyecto avalado por el PP, vale decir por Dios Padre Todopoderoso, creador de todo lo visible y lo invisible. Luego, si tienen cojones que les hagan un partido homenaje contra el Colo Colo.
Puede que todo haya sido un accidente y que no exista ninguna responsabilidad por parte de las empresas adjudicatarias (Bertolín y FCC), puede que la prisa no se haya llevado al infierno a estos pobres tipos, pero qué quieren que les diga.
Edificamos la Big Events City sobre el cadáver de los pobres. Y esta vez no es métafora.

domingo, 25 de mayo de 2008

Para un domingo, vale

El eneagrama es algo así como un catálogo de tipos humanos. Del 1 al 9 corresponde un guarismo a cada modelo sicológico de individuo, algo así me explicó Tony Savinelli una tarde de café italiano y cigarrillos en nuestro viejo piso de la calle Turia. Igual que cuando mi tio Elías - visitante reciente y casual de este Blog y patrón de una inolvidable jornada en el mar en compañía de Forlati y Dies Porosos - me habló por primera vez del I Ching, El libro de las mutaciones, me faltó tiempo para probar. Me fascinan las vías más o menos arcanas de conocimiento del yo y si tuviera pasta, constancia y tiempo no descartaría el sicoanálisis. (Premio para quienes ya hayan descubierto la motivación primordial de todo esto: vanidad. Si no, cómo coño se explica que esté aquí explicándoles esto, a esta hora, con este tiempo.)
He respondido las ciento sesenta y tantas preguntas del eneagrama un par de veces con resultados no del todo coincidentes. Una característica, sin embargo, se mantuvo: los pertenecientes al número concreto (me reservo cuál) tendemos a imaginar conversaciones que nunca se produjeron. Tal vez así se explique que desde niño hable solo. A veces moviendo los labios. A veces gesticulando ostensiblemente cuando estoy solo.
Dos de mis últimos enfados, y aquí conecto con los temas abiertos en la blogosfera circundante, tienen que ver con la prensa. Leo en el diario Marca la siguente declaración entrecomillada de Ronaldo Nazario da Lima: "soy heterosexual y nunca me he drogado". El periódico introducía este antetítulo: "Explicatio non petita..." Ya saben, ese latinajo de excusa no pedida, acusación confirmada. El rotativo transmitía una declaración y titulaba con un postulado moral: lo que ustedes van a leer es mentira. Dos cosas. Si tenían la certeza de que era mentira, jamás debieron publicarlo. Por otro lado, con qué derecho se presupone que el protagonista falta a la verdad. Es especialmente significativo el hecho de que la confesión tuviese que ver con las drogas y el sexo. Marca se erigía en baluarte hostil de la recta moral. Señalaba a la oveja negra (otrora deidad mayor de su firmamento económico), la despellejaba, la yugulaba.
El otro caso es el del austriaco - no recuerdo el nombre, me da pereza buscarlo - que violó a su hija durante 24 años en el sótano de su casa. Casi invariablemente los medios de comunicación hablaron de él como "El monstruo" y se refirieron a su delito con adjetivos valorativos como "horrible, monstruoso, atroz, espantoso..." ¿Porqué? La información debería eludir cualquier tentación moralizante. Debería dar los datos y dejar que, en función de los mismos, el receptor adjetivara para sí la historia como creyese oportuno. Yo puedo creer que se trata, efectivamente, de una actitud abominable, pero me niego a que ningún medio de comunicación me diga cuál ha de ser mi escala de valores. Corremos el riesgo de hacer dejación de nuestras responsabilidades más importantes. Si admitimos que un medio de comunicación nos eduque en qué es horrible o no, mañana podremos asumir que esta palabra acompañe, por ejemplo, a la derogación de un trasvase.
Y una reflexión más: veo en youtube - enlace cortesía de Enzo Vucciria - la entrevista de la 2 de televisión española a Andrés Calamaro. El argentino, después de la mamarrachada de Eva Hache, trata de estar más locuaz, de buscar su versión más lúcida. La sensación que me quedó fue la de ver a un niño. Defendía su canción "te quiero" diciendo que nada de naïf, que cuando habla de "me dejaste el florero" habla de un florero lleno de cocaína. Que cuando canta "me dejaste la ceniza" es la ceniza que se usa para fumar coca base. Me pareció ridículo. Algo así como gritar "eh, oigan, que yo soy muy malo y muy underground y muy del otro lado y muy oscuro y bla, bla, bla"
Si un poeta ha de ponerse a explicar sus versos, y además de ese modo...es que ha llegado el momento de dejarlo aquí.
Buenas noches, camaradas de aquí y allí.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Pequeño dios involuntario

El cuento de Monterroso sobre el que quise abrir debate cae del lado de las obras maestras. Aun como humorada. Si aceptamos el enunciado como real, despojado de metáforas (pero la metáfora es interior) la primera pregunta es ¿quién sueña? Aceptemos la cronología de los biólogos y respondamos humildes: no puede tratarse de un ser humano. Fabulemos un insecto (y ya se sabe que el emperador no supo si había soñado una mariposa o si era una mariposa que soñaba ser emperador). El insecto se duerme sobre una hoja de helecho y sueña a los egipcios, a los caldeos, la revolución industrial, The Clash, a Buda y a Pablo, Rayuela, el Seat 127 y mis dos manos sobre el teclado, sueña el jardín de Bomarzo y las cargas policiales, sueña contigo y con el hongo atómico de Hiroshima, sueña el orgasmo de un estudiante en París en 1974 y la carrera en la media izquierda de la amante que sube a un taxi en Beirut. Así no hemos exisitido nunca, sólo somos el trabajo inconsciente de un mosquito y Cioran tiene razón cuando dice que la vida es una ocupación de insecto. Nuestro pequeño dios involuntario abre los ojos y ve manso al dinosaurio. Justo entonces dejamos de exisitir.
Es un cuento escrito desde fuera de la historia de la humanidad. Es el relato del primer minuto sin el hombre sobre la tierra. Un parpadeo arrasa las pirámides.
A mi me gusta pensarlo así. Pensar que todo esto es una broma. Vivir sabiendo que soy el sueño de un bicho cualquiera y que entonces ¿porqué carajo iba a asustarme? ¿Porqué no dar un grito cada cinco árboles o entrar a la pata coja a los juzgados o regalar mierdas recién depuestas a los obispos?

martes, 20 de mayo de 2008

Propuesta de debate


Me gustaría pulsar su opinión a cerca de un relato que alcanzó cierta fama hace algunos años. Se le colgó la etiqueta de "el cuento más corto del mundo".
"Cuando despertó, el dinosaurio aún estaba a su lado"
Mi opinión, a vuelta de comentarios.

jueves, 15 de mayo de 2008

Urgente primavera por la espalda

Un hombre pierde la mano en la batalla. El tipo resulta gravemente herido a causa de una explosión y muere al cabo de unas horas después un tránsito angustioso en el que un solo nombre de mujer le brota incesante de los labios. Sus compañeros, después del combate, levantan los cadáveres y los ponen en un carro para llevarlos a incinerar, pero la mano les pasa inadvertida, en un hueco húmedo al abrigo de unos troncos. Pasan los días y comienza la temporada de lluvias. La mano prende en la tierra y poco a poco, con el agua y los nutrientes de ese lugar, los dedos empiezan a tomar un color verdoso y a crecer lenta pero imparablemente. Meses más tarde, cuando la mujer toma el té en la terraza de su apartamento, ve asombrada cómo cinco finas ramas verdes han remontado la fachada y se le enredan suaves en el tobillo.