martes, 1 de julio de 2008

Calle Espinosa

Hace tiempo que descubrí la historia, pero la maraña del tiempo, la desmemoria, la cadencia equivocada como de toro desangrado una tarde cualquiera en el centro del sol, la fue postergando, dejando para una noche que se rompe y que tal vez ya no es ésta.
Es un relato, como verán, que de algún modo me emparenta con BT y que se empeña en amasar el mundo como un solo lugar.
Estuve trabajando varios meses en la calle Espinosa del Cap i Casal, una vía estrecha e incómoda, perpendicular entre Guillem de Castro y Fernando el Católico, paralela a la plaza de Rojas Clemente (ilustre titagüense a quien desconozco con todo lujo de detalles). Días iguales la estuve embocando con el mismo paso distraído, con idéntica mirada coqueta y disimulona a las vidrieras de las oficinas que me devolvían la cabeza de pájaro, el desorden redondo y blando del pelo, el paso corto, el péndulo caviloso de las manos, la mansedumbre de la hora, el frío, las mejillas, el cálamo negro de la barba, las nubes, el movimiento sordo de los labios en disputa. En las paradas a fumar la gustaba de punta a punta, le maldecía las obras y me acercaba a ver los trenes en el escaparate de la tienda de maquetas a la que nunca entró nadie. A eso de las seis soñaba que esos trenes me llevaban a otro tiempo y otra lluvia, soñaba con maletas de cuero y fieros gendarmes, con praderas de paso cinematográfico, verdes, con el sabor de la menta y el pan, soñaba con pistolas de una sola bala y ventanas trizadas y bares y escaleras de hierro y qué se yo. Otras veces pilotaba stukas alemanes o peinaba las dunas del desierto a trompicones en la cabina de un Suzuki. Invariablemente volvía a escribir. Inútilmente abría la puerta de la oficina despacio por no espantar los posibles espejismos, la selva frondosa y el lago. Siempre la misma luz de autopsia, los ordenadores y los compañeros repetidos como fichas de dominó. Las postales de los lugares que nunca vio nadie. El tiempo.
Pero fue después que supe que esa calle me conocía desde hacía un siglo. Que ya había olido mi sangre. Que me corrijan los que saben (si leen esto) pero la cosa fue más o menos así:
En la calle espinosa mi bisabuelo tuvo un horno de pan. Cada noche entraba al obrador para tener el pan listo con las primeras luces. En aquel tiempo la tienda de maquetas no existía y faltaban varios años para que los stuka aterrorizaran Europa con su trompeta de Jericó. Tal vez sus sueños de huída eran más cercanos, tal vez era un tipo feliz que se complacía con tener un oficio y comer caliente. Lo imagino lleno de harina, abundante el pelo, legañoso, flaco. Lo imagino un tipo divertido y charlatán, marrullero, tramposo, fanfarrón, buena gente. El caso es que un día entró a comprar el pan una chica joven y el joven bisabuelo colgó el cartel de Cerrado Por Fiesta Mayor. Detrás del abrigo de lana y de los botones nacarados, debajo del mango del paraguas y el pelo recogido, parapetada en una sonrisa de labios prietos, acababa de aparecer mi bisabuela. Seguramente no fue así, pero no importa. Se hicieron novios a la manera clásica, así que tardes de mesa camilla y besos robados, así que bailes, así que un panadero no se va a llevar a mi hija ¿estamos? El suegro, claro. A éste me permitirán que lo imagine calvo, lustroso, hierático; que le ponga quevedos, ilustración y milicia. Mi bisabuelo recorrió esa misma calle Espinosa pensando lo mismo que yo pensaría cien años después poniendo mis pies sobre sus huellas: Y esto de la vida ¿cómo carajo se hace? El tipo colgó el mandil y requirió los bártulos, cambió las rosquillas por el derecho romano, el trigo por los legajos, las noches de fuego, por las noches de papel. Se nos hizo leguleyo, se casó, tuvo hijos. En esa misma calle Espinosa, del esfuerzo de un panadero, nací yo.
Por eso cada vez que giro la esquina para comprar tabaco, cada vez que esquivo el enrejado de sus obras o que salto para evitar la embestida del autobús, pienso que allí están mis primeras huellas. Que llevaban cien años esperándome para contarme una historia de hombres valientes que también soñaban con escapar.
Probablemente hoy mi concepción del valor sería distinta. Jamás me plegaría a los deseos de un tipo como el suegro de mi bisabuelo, pero entiéndanlo; el panadero, el jodido panadero, apretó los dientes y consiguió lo que quería.

11 comentarios:

morena dijo...

Me encanta esa historia, lo sabes; me encantas tú, también lo sabes.

(he de sonreir, con los dientes apretados, vaya, voy a estar divina!, jajajaja)

Muacka

Forlati dijo...

Magnífic!!!

Vicè dijo...

(APLAUSOS)

Comtessa d´Angeville dijo...

juro que iba a poner aplausos aplausos cuando todavía no había abierto esta ventana (pero se me han adelantado).

Y seguimos preguntándonos lo mismo, esto de la vida ¿cómo carajo se hace?

Anónimo dijo...

Brutal, Diafebus.
Mi relación con la ciudad está llena de emociones e historias como esa. Calles por las que anduvieron quienes nos hicieron posibles. El tiempo como algo que tejer y destejer continuamento sobre un plano muy concreto y muy querido.

Angresola

Comtessa d´Angeville dijo...

Y tan buen tipo mi Jondo. Probablemente si lo viera intentaría arrancarle sus partes de un mordisco, así de buenas a primeras no es precisamente un encanto...

Pero luego cuando va cogiendo confianza, cuando uno aprende cómo tratarlo... és el millor gos del món!

Anónimo dijo...

Somos casi vecinos. Por entonces, mi bisabuelo tenía fleca en la calle Pintor Domingo. Después se fue a la calle Ribera, artista que era, entonces todavía barrio de los pescadores. Allí entró a trabajar un aprendiz recién salido del horfanato que con los años se fugó con la hija del dueño y dio paso a otra saga. Lliria, Catarroja, Patraix...el aprendiz fue mi abuelo; la hija del dueño, mi abuela.

Bonito post Diafebus. Hoy mismo he merendado en el horno que hace chaflán con Espinosa y Fernando el católico.

bar Torino

diafebus dijo...

Allí es donde compro mi napolitana de jamón y queso los días en que me siento generoso y me da por condescender con la curvita que decora mi abdomen.
Me acordé de usted cuando conocí mi historia.
Un abrazo BT, y déjese caer más a menudo, le reservamos su sillón.

morena dijo...

..del esfuerzo de un panadero nací yo.......bollito! jajaja, tu ya sabes de que va.

te como bollito

Vicè dijo...

Ei Diafebus, actualitze o el buscarem allà on s'amague...

morena dijo...

Nos duelen las yemicas de los dedos...de los golpecicos...de esperar y eso..., jajjajja