viernes, 28 de marzo de 2008

Tutelas


En el burdel, Terencio Ayres no se puede concentrar. Constantemente piensa en Luis de Almeida. El escritor Luis de Almeida tiembla delante de sus papeles buscando el orden de las palabras que lo rodean. Al otro lado del vidrio, sinuoso en la noche, un gato pasea por el alféizar de la ventana. El gato escruta con insistencia a Luis de Almeida que no soporta su mirada amarilla. En un momento de desesperación saca su revólver del cajón y le dispara al animal la bala que guardaba para él o para los acreedores. En otro punto de la ciudad un pinchazo en el pecho, parecido a un infarto, acaba con la vida de Terencio Ayres.

jueves, 27 de marzo de 2008

Ustedes lo hiceron

Los augures de la economía y la comunicación coinciden en su llanto. La burbuja inmobiliaria hace aguas, el precio de la vivienda bajará ocho puntos, se destruirán centenares de miles de puestos de trabajo, los carteles de se vende proliferan en una primavera anticipada que vino para quedarse, la recaudación de impuestos baja nosécuántas décimas y los inmigrantes, ay los inmigrates, vae victis, vae los inmigrantes, expulsados por los amos del negocio (con el corazón ensangrentado, qué quieres Ahmed tengo un yate que mantener. ¿Entiendes? ¡Un yate! Qué coño vas a entender tú, Ahmed) se verán abocados a delinquir, según una perla dialéctica del alcalde de Alicante, Díaz Alperi, que haría palidecer de envidia, por lo lúcido de la idea y lo sintético del enunciado, al mismísimo Wittengstein.
A lo que no quiere atender casi nadie es que no es ésta la situación anómala. Que lo perverso no es lo de hoy, sino lo de ayer. Esa cosa llamada España estaba entregada a los constructores y promotores inmobiliarios. Fueron ellos los que nos llevaron a una economía patológica que privaba a las clases medias del acceso a una casa si no era a costa de empeñar sus órganos internos y la virginidad de sus primogénitas.
Para decirlo ya de una vez sin más rodeos, después de años de economía ficción nos encontramos ahora como un yonki en pleno síndrome de abstinencia. Jode, pero por culpa de un hábito pernicioso anterior que de persistir en él nos hubiera llevado a la tumba. La vivienda bajará un ocho por ciento, pero los precios siguen siendo prohibitivos. Las casas no se venden, pero no se habla de esa bolsa de 700.000 pisos que se compraron en toda España sólo para especular, que permanecen vacíos como tumbas, silentes como el corazón de un asalariado medio.
Tal vez el problema es que empezamos a vivir según nuestras posibilidades, que hemos bajado de la nube a la que nos llevaron para yugularnos como toros ceremoniales y que nuestra sangre derramada regara los campos de su abundancia.
Permítanme si no me echo a llorar por esas inmobiliarias que pedían 120.000 euros en negro por una VPO, por las que obligaban a adquirir una plaza de garaje de 30.000 euros para cerrar la operación. Debo tener el lagrimal lleno de cemento. Años de abusos, ya saben.
Por otra parte la economía viene a sustituir a la iglesia y el estado en una labor perpetuadora de la moral clásica. Ya no hace falta que el cura de nuestro pueblo enrojezca a un paso de la apoplegía para cargar contra el divorcio o contra las familias monoparentales. Ya no es imprescindible que nuestra tía Enriqueta nos lance una mirada de asco y conmiseración a cuenta de nuestra pertinaz soltería. Los bancos lo hacen y su ojo no tiene noche ni párpados.
Hasta que la hipoteca nos separe, amables lectores.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Playa de la Barraca, complemento


A esta foto se refería la entrada anterior.

Playa de la Barraca

Sé que los experimentos deberían ser con gaseosa, que no está bien hacer públicos según qué titubeos, que las carencias formativas generadas por mi desgana y mi escepticismo son asunto intransferible, pero aquí me hallo probando si sé subir fotos a esta cosa que inauguré ayer con vocación de observador lateral de la historia. De todos modos la instantánea, si es que realmente consigo que se vea, es agradable. Se trata de la playa de la Barraca, en Xàbia. Un lugar en permanente amenaza de sucumbir al cáncer del ladrillo, como tantos otros enclaves mágicos cuya defensa es la de nuestro propio corazón y por los que vale la pena pelear como por la propia vida. Que la disfruten.

martes, 25 de marzo de 2008

Mientras el gran Turco acecha

Jamás una época vivió una conciencia del yo tan furiosa como la nuestra (Ver el artículo "Lo que són les coses" en el número 85 de la revista Lletraferit). De ningún otro momento histórico quedarán tantos documentos gráficos y escritos como del nuestro, pero esto no es democratizar la posteridad, sino anularla. Moriremos todos con más obra publicada a nuestras espaldas que Shakespeare. No quedarán inéditos ni los pedos que antes acogía el baño, íntimo y discreto. En la era de la información impera la creencia generalizada de que se es impacto no se es nada. No duden, no vacilen buscando la palabra exacta o alguien les arrebatará su turno de réplica. Lo importante no es decir bien, sino decir, lo que sea, la mayor barbaridad que se les ocurra, el perogrullo más explosivo, la necedad más prescindible. Total nadie lo va a recordar. A penas una idea es esbozada ya tiene detrás un tumultuoso ariete de nuevas voces que la empuja al olvido. De ese modo lo importante no es lo dicho sino su condición de piedra en la gran empalizada palpitante del ruido. Un ejemplo reciente y doloroso lo tenemos en el debate entre Rajoy y Zapatero; ambos obviaban inmejorablemente a su oponente y sus argumentos. Era una competción de cacatúas en celo en la que el único sablazo mortal era el silencio. Me recordaba a un pasaje de Rayuela en el que Julio Cortázar parodiaba un diálogo tipo entre españoles. Consistía en el cruce de dos monólogos vanidosos resueltos en un frío hasta luego cargado de rencor. Todo un ejercicio de educación para la ciudadanía como se ve.
Se enseñaba en comunicación que el advenimiento de las nuevas tecnologías y su generalización iba a suponer la crisis del paradigma alocutorio. Esto es; imaginemos a un centurión romano que arenga a sus tropas a las puertas de una batalla desesperada. El jefe habla largamente del honor, de la gloria, de las letras de oro que glosarán a Roma, de la obligación ineludible de dejarse despedazar en nombre de un lejano César. Los soldados son receptores estancos que no pueden poner en común sus dudas y sus miedos y esa es la clave del éxito. De otro modo tal vez podrían articular una respuesta colectiva, tal vez incluso podrían pactar con los soldados enemigos - que están en las mismas - y negarse al unísono a combatir. ¿Se imaginan al centurión y al jefe bárbaro entonces? Quedarían allí, sin saber bien a dónde mirar, en medio del campo, bajo una delgada lluvia fría, maldiciendo entre dientes el hecho de llevar una espada que tal vez no saben utilizar.
Las nuevas tecnologías, nos contaban, romperían esas barreras entre los receptores del Gran Mensaje y abrirían una vía al nacimiento auténtico de la Sociedad Civil. Falso. La urgencia comunicativa nos convierte a todos nosotros en emisores del Gran Mensaje Onfálico. No es tanto un diálogo libre como una sobre dosis de monólogos excitados que rara vez se retroalimentan.
Dicho esto ¿Porque abro un blog? Porque me da la gana.
En próximas entregas, si tienen ustedes la bondad y la paciencia de volver por aquí prometo ser más ameno y más escueto.
Aquí les dejo besos y bofetadas; escojan según crean merecer.