domingo, 1 de noviembre de 2009

El discreto encanto del desamparo


Los enemigos dejan de tener gracia cuando la ira que nos provocaban se vuelve ternura. Entonces todos los agravios, las recíprocas violencias, las conspiraciones, todo, se tienen que resolver en un abrazo avergonzado, en una última mirada cargada de adioses y sirenas.


El Follonero entrevista, dialoga con Federico Jiménez Losantos en la fiesta de veinte aniversario de El Mundo. Su último encuentro abundó en fintas y mojadas de trazo grueso. Eran búfalos fuertes. Retumbaba la pradera. La de hijos de puta que tengo que aguantar, sonrió Losantos. ¿Lo dice por mí? retó el Follonero. No, ¿cómo puedes preguntar eso? confirmó el riojano. Entonces Federico era la voz franquicia de la COPE. Nada escapaba a su inteligente malicia. Daba igual que fuese la previsión del tiempo, el estado del tráfico o una sesión de control al gobierno. Federico arrastraba sus erres timoratas entre descalificaciones, astracanadas y otros artefactos bóricos. Era la España inmortal dando cera, zurrando la badana, contando las costillas, ganando, de nuevo ganando y poca broma.


Desde su lado del ring, la Sexta montaba sus baterías comerciales. Queremos una televisión que embrosquile al consumidor alfa para cuando se ponga el próximo sol, decía Jaume Roures, y así tendió una cabeza de puente en la carismática figura de Jordi Evole, un guionista reconvertido a actor y amamantado en los abundantes pechos del Terrat.


Eran buenos broncos tiempos. Días de héroes y sangre. Pero el tiempo pasa y los antagonismos que nos ayudan a vivir desaparecen. Perder a un enemigo es peor que perder a un amigo o a un amor. Si tus amigos y tu parejan te traicionan siempre te puede quedar el áspero consuelo del odio, pero, si un enemigo te deja ¿entonces qué? Entonces nada, entonces bajar la mirada, entonces las puntas de los zapatos, la mano en el bolsillo, te veo estupendo, sí, yo también te... bueno me esperan por allí. Adiós.


Federico ya no es Federico. Le pegaron un sotanazo y fuera de la Cope ya no es Federico. Tampoco en El Mundo, aunque cultive la figura del outsider ahora que Pedro J y Zapatero mojan las tostadas en champan en una cama de hotel. Federico está solo. Peor que solo. Le acompañan sus recuerdos, la nostalgia de una grandeza que no llegó a suceder. Siempre le querremos don Federico, dijeron los suyos, pero era mentira. Por lo menos lo sabían.


El reencuentro entre el Follonero y Losantos ha sido la encarnación de la tristeza. Federico es más bajito aún que Jordi, y se abarloaba a él como un niño, se quería cerca del brillo de la cámara de La Sexta. Junto a él pasaron el ministro Sebastián, Zapatero y Pedro J. Lo miraron como al cuñado borracho que vomita en la puerta luego de la cena de Nochebuena y nos da asco porque sabemos que dormirá solo en una habitación sucia llena de pañuelos con semen acartonado. Los tres se fueron riendo. Se fue el Follonero después de abrazarlo. Federico se permitió un último capotazo desmayado. Al otro lado del arco de seguridad la fiesta abría su cola de pavo real para los nuevos amigos.


Losantos seguía sonriendo. Sin entender muy bien quién era ahora. Ahora que ya no era más un enemigo. Ni siquiera un enemigo.