domingo, 15 de junio de 2008

NYC-Tijuana (II)


...Una silueta cada vez más grande se recorta sobre las luces de neón.

- ¿Qué coño es eso? (en voz baja)

- Stephani que viene a chupártela, te apuesto diez dólares y media botella de ron.

- Os queréis callar, joder.

- Es que nadie va a mover un dedo?

- El cementerio de los héroes es dos calles más abajo, genio. Con un poco de suerte es un palurdo con una escopeta de dos cañones. Por lo menos dos de nosotros tendrán una oportunidad. Eso es más de los que tienen muchos.

Un trueno de cristales trizados y es como si la luz de neón explotara en un vuelo de insectos en llamas. El Elvis más gordo de la convención se precipita en el cuarto, con la mano izquierda trata de tapar una herida de bala en el abdomen de la que mana una sangre abundante y negra que se le escurre entre los dedos. El hijo de puta pestañea para habituarse a la penumbra Uno, dos, tres, cuatro cuerpos se arrojan mezclados, torpes, con el calor fétido del sueño en el aliento, a la moqueta. Elvis lleva un revólver de matar elefantes y apunta alternativamente a derecha e izquierda.

- ¡¡Stephani!! Grita el tipo.

La primera estampida arranca media puerta de armario. Dos disparos más a ciegas.

- ¡¡Stephani!! Tres, cuatro.

- Sólo le quedan dos balas en el tambor.

- De puta madre, siempre quise morir al lado de un genio de las matemáticas.

Tres, cuatro cuerpos pegados al piso. La nariz hundida en la moqueta, todos los músculos tensos, unas ganas locas de salir corriendo y una invalidez súbita e inapelable, un olor áspero como de desierto, como de asiento trasero de camioneta Ford, como de calcetines de Bob Jr que esa tarde no está paleando heno, como de canción de Don McLean y quítate las bragas, vale, pero como se lo cuentes a mi hermano, a mi qué coño tú hermano, estás tan guapo cuando te enfadas, como a mañana de domingo, como a dos hijos, como a trabajo en la ferretería y alguna reyerta triste, pero es buen chico Bob Jr, oh, sí es buen chico y ella lo quiere, como a cadáver encontrado una noche de noviembre con toda la lluvia al otro lado y un billete de tren en la americana, bien doblada, oculta tras una butaca. Otra bala en el techo, una, una sola en el tambor.

- Sería la hostia como me tocara a mí, piensan uno o cuatro tipos.

El siguiente sonido sordo no es un disparo. Elvis ha caido de bruces.

Aún pasan unos minutos antes de que nadie se atreva a moverse. No se encienden las luces, por no atraer más visitas. No tenemos nada que ofrecerles y sería una grave desconsideración. Así que toca registrar la ropa del fulano: tres dólares en monedas, una licencia de conducir del estado de Texas, un pañuelo de mujer bordado y una pequeña llave como de consigna con el número 654.

- Deberíamos quedarnos el revólver. No estoy dispuesto a que me canten Love me Tender mientras me mandan al infierno.

-También la llave.

Resolvemos no dejarle al gerente más propina que esos ciento veinte quilos de carne con lentejuelas que yacen en un charco de sangre. Si se la raciona bien puede pasar el invierno. Si hace hamburguesas puede ahorrarse unos buenos dólares sin traicionar la divisa: 100% vacuno americano. ¿También su carne tendrá las vetas de grasa amarillas?

Amanece con desgana y vemos que el motel está en medio de la nada más perfecta. Millas y millas de desierto a penas salpicado de hierba seca y delimitadas por una cadena montañosa que parece no tener fin. Un anillo con temblor de espejismo que parece moverse como una serpiente.

Salimos muy despacio de la habitación y esperamos en la puerta, sin saber exactamente qué. El silencio, la posibilidad de que estén todos muertos. La opción más plausible de que cinco disparos en la noche no son una novedad reseñable en ese lugar.

Al bajar las escaleras de hierro oxidado del motel encontramos que el coche está impecablemente desvalijado. Un trabajo de profesionales, de tal precisión, amor y celo que sólo podría ser obra de un jesuita o un borracho. No quedan ni las ruedas.

Cuatro sombras se abrasan de calor por la carretera polvorienta con sus maletas al hombro. El bulto del revólver late como un corazón enfermo. De pronto, a nuestra espalda, una nube de humo auncia la llegada de un camión...

8 comentarios:

morena dijo...

bien, bien, se pone interesante el tema....

se te sesea

Vicè dijo...

Bravo. L'espera ha valgut la pena. El viatge continua amb el seu ritme frenètic. No vull influir en el pròxim relat (¿A quin cretí comediant li toca?), però Diafebus ha deixat el tema en safata de plata per a fugir cap a Mèxic...

Nota dijo...

Esto se está poniendo muy Cohen, no? Grande Diafebus.

Un rincón apartado dijo...

Ahora me toca a mi. Déjenme que me tome un tiempo para reflexionar.

Salud

J

Forlati dijo...

Love me tender! Avanti tota!

morena dijo...

Sr Forlati!, que pretende?..., deje a mi Diafebus!, jajajajja

un besazo

diafebus dijo...

che, no patiu, que hi haurà per a tots, jajaja

morena dijo...

Diafebus, vicioso