domingo, 21 de septiembre de 2008

Gredos

El tiempo canónico del viaje es la madrugada. La noche antes cuesta dormirse, uno anda preso de una ilusión excitada e infantil, repasa cada detalle: la maleta lista, la mochila, el mapa, el coche, la ruta que se habrá de seguir, así que nada mejor que un whisky con hielo y un cigarrito especial preparado por la morena, así que nada mejor que meterse en la cama con los ojos brillantes de día siguiente y dejar que el sueño nos vaya trabajando lentamente, que la química haga su efecto y nos envuelva en su vaivén de telas livianas, que convoque de una vez por todas el dosel silencioso y oscuro. En el rectángulo cálido de una cama cabe el mundo y es como una isla contra la que nada pueden el mar batiente y la furia de los relojes. En ese país arduamente conquistado todo se rige por un lenguaje de osos y ríos, de caricias como lentos peces eléctricos, de ojos que se agrandan en la oscuridad hasta ser una misma estrella surcada de secretas canoas de plata, de crujido de sábanas de hierba y viento y largo tacto de pájaros, de sonidos amortiguados que pueden estallar a la vuelta de un instante.
A las seis de la mañana arrancamos el motor. La morena tiene sueño y las palabras le salen sonámbulas de la boca, como un médium inspirado que me conecta con ella misma, con la compañera que no falla. Carretera, carretera, carretera negra sin a penas nadie, más tarde como una cinta gris a medida que amanece a nuestra espalda. Así las cosas un café en Honrubia es una idea a la que nadie puede resistirse, y el viajero celebra el frío, porque signifca que está lejos de casa.
Madrid es un ovillo mohoso que cortar de un tajo, una trabajosa digestión. Después Ávila, recoleta, castellana, limpia, monumental y fría. Allí, al abrigo de sus murallas, entre sus palacios o frente a la iglesia de piedra, lo difícil es no sentir el tacto de la espada en la diestra y escuchar el piafido y las patadas de los caballos. Lo heróico es no imaginarse defendiendo la fortaleza contra el enemigo innúmero que oscurece el campo al otro lado. Esta noche cenaremos en la Hosteria Bracamonte, mejor una ensalada y dos de cochinillo, sin duda un buen vino tinto que lubrique la conversación y nos embriague en una misma incontrolable, y qué risa el camarero, y qué risa la dueña y qué tremenda risa ahora que estamos tan vivos y el mundo es un lugar nuevo poblado de cosas viejas. Y qué suerte encotrar un bar abierto de camino al coche.
El parador de Gredos es un viejo refugio de caza de principios de siglo. Entre sus gruesos muros de piedra gris los reyes, los padres de la constitución, tantos sueños como dejaron sus huellas en la moqueta e hicieron crujir las maderas y la pizarra del techo. Una habitación con dos camas, frente a ella un bosquecillo de pinos y la montaña. De fondo el sonido de los cencerros de las vacas y alguna conversación dispersa y jironada por el viento.


Al día siguiente, después de desayunar y proveernos de agua y comida, llegamos por una sinuosa carretera entre árboles y vacas a la plataforma de gredos. El último punto al que se puede acceder en coche. El final traumático de la civilización arrodillada frente a la magestad cruel de la montaña. No hay un sólo árbol. La nieve gobierna allí y aplana la vegetáción hasta convertirla en duro matorral y hierba amarillenta salpicada de inmensas rocas verdosas. Se escucha el murmullo del agua y cinco horas de camino para ver el circo de gredos y la laguna grande se antojan un precio razonable. Lo pagamos con creces. La subida es larga y exigente, las paradas se suceden y empieza a escasear el agua. A penas intercambiamos palabra, el óxigeno exige también ser racionado. Y justo entonces, cuando los ojos están llenos de belleza, en mitad de un repecho rocoso y rojizo, aparece la fuente de cavadores. Es un sólo caño metálico en una boca de piedra. El agua está fría y bebo, bebo como un animal de las manos de la morena, vuelven las risas y las palabras y como un inmenso desafío planetario se enciende un cigarrillo. Los pulmones, claro, no saben a qué atenerse al principio, pero reaccionan bien al tóxico calor conocido. Allí, dominando el valle, pienso en el hombre primitivo y su lucha por la supervivencia, en los días iguales de disputar el mundo a las fieras y los elementos y la noche y el miedo. Allí todo vuelve a ser hermosura. Después de la fuente de cavadores el camino se aplana y la roca desnuda deja lugar a una suave senda de tierra fina a cuyo extremo cae a cuchillo la garganta que nos separa del pico Almanzor, desafiante mole gris angulosa. A la derecha, como cuenco de agua del deshielo, la laguna grande y abajo, en el pavoroso fondo, un riachuelo corre entre meandros hasta perderse de vista. La alegría salvaje de haber llegado, el premio, el abrazo que se postergó hasta ese momento y mira, mira, míralo todo, emborráchate, te das cuenta. Así es la vida.

A la vuelta, nuevamente cerca de la fuente de cavadores sucede el milagro. Un rebaño de cabras montesas abreva en la fuente y pide comida a los excursionistas. Ahí vuelvo a ser un niño de golpe y entre la ilusión y el susto de la ilusión me acerco, nos acercamos, disparando fotos cuidadosamente, conteniendo la respiración cuando chocan sus magníficas cornamentas en una coreografía poderosa y sonora.

No lo creerán, pero al final de la rampa, cuando ya éramos dos sombras que bajaban de la mano, apareció una silla de mahou cinco estrellas, un chiringuito de madera, un par de cervezas saboreadas como nunca y un cansancio feliz.

Y qué más quieren que les cuente, les podría hablar del bar Drakar y su carne extraordinaria, de un plato de queso y dos cafés gloriosos, cortos y contundentes, les podría hablar de muchas cosas, pero al cabo sólo importó una: allí fui feliz, conocí un estadio de alegría pretérito, inmediato y poderoso. Allí dejamos una fortaleza a la que volver si el cielo se abriese de par en par mañana.

4 comentarios:

Comtessa d´Angeville dijo...

Fa uns quants anys de la meua última visita a Gredos... espere que estiga tot igual, per si algun dia torne.

Anit açò va ser feudo socialista, Alarte i alcaldes de la comarca que van amb ell, absència dels amiguets de Puig... jo què sé, a l´hora del sopar jo estava ja massa contenta i em vaig retirar d´eixa taula. I després festa, la cassalla, la perdició. Per acabar diguent-li a tot deu que havia deixat de ser socialista, que em borrava del partit. Hui no sóc ni socialista ni persona. Ai ai ai.

morena dijo...

No queda nada por decir, salvo que allí yo tambien fuí feliz, como una cabra! y que no dudaría en recorrer ese camino empedrado y costoso si es usted quien me alarga la mano y me anima a seguir.

Un placer y mil besos

Forlati dijo...

Yo también he sido feliz, leyéndole.

Vicè dijo...

M'afegisc a Forlati. Espectacular crònica de viatge. Després de llegir-la, m'ha semblat haver compartit la travesia amb vostés.