domingo, 21 de septiembre de 2008

Una humorada nada inocente


La buena literatura no es tan extraña, tampoco los buenos chistes.
Los alcaldes del Partido Popular de la Marina Alta se reunían en Xàbia (gobernada por el Bloc, al menos a esta hora de la tarde) supondremos que como medida de demostración de fuerza. Algo así como si los reyes católicos, en plena reconquista, se hubiesen arrimado unos vinos mientras discutían los planes de batalla en pleno patio de los leones de la Alhambra, con Boabdil ataviado de mandil y cofia. Toma chaval, una propina para que le compres algo bonito a tu madre y tú Sancho, ve tomándole las medidas del cuello para ver qué espada usamos. Recomiendo el hierro siete, señor. Más o menos así.
La comitiva de los muncípies ocupaba la mitad de la carretera de Dénia, que es la vía que une la zona del cabo de San Antonio con el casco urbano. A las ocho menos cuarto de la mañana, supondremos que todavía con el sueño tibio entre los párpados y el gusto del zumo de naranja en el fondo de la garganta, con una blandura deliciosa y escalofriada, con la voz neutra de algún desesperado locutor de radio contando el enésimo fin del mundo, mis padres bajaban a trabajar en el coche.
Al enfilar la carretera de Dénia se encontraron la bandada de chaquetas y almas azules, balanceándose con desmayo de elefantes melancólicos. Debían ir a buscar un bar para el primer café, un confesionario para la primera mentira, un niño para el desprecio de maitines, una prostituta rumana, una moneda de latón, una colilla. Mi madre los esquivo con un giro suave del volante y mi padre, amanecido súbito al horror, puso los seguros del coche a toda prisa.
- Qué haces? - mi madre
- Poner los seguros - mi padre
- Por qué? - mi madre
- Joder qué por qué, tú has visto cuanto ladrón junto? - mi padre.
Es calcado al chiste de Quino en que Mafalda le dice a Manolito: Cada vez que veo un rico, aprieto fuerte mi piruleta y me cambio de acera. Y me consta que los hay honrados.
Uno se imagina a los primeros ediles arracimados junto al coche: ¿Limpia? ¿Unos pañuelos? ¿Una recalificación? ¿Tiene algo de pan señor? Tenemos hambres y nuestros hijos son tiranos. Una parada de zombies con los ojos en llamas y las manos huesudas arañando las puertas y el capó, un tam tam de maletines llenos de lluvia sobre el techo, una hojarasca de zapatos agrietados contra las ruedas.
Después de un despertar como ese, ya no se teme a ninguna suerte de desgracia.

1 comentario:

morena dijo...

jajajaja que bueno, es genial ese papá!