miércoles, 7 de mayo de 2008

Una vieja cuestión


Los que me conocen saben que en los últimos diez años tengo una idea clavada bajos las uñas. Es un sabor agrio en la garganta que me viene súbito y es capaz de arruinarme momentos en los que lo podría pasar tan bien. Me fui de Xàbia, pero nunca me he ido, en 1997, siguiendo a una sirena con escamas de rejilla y carmín corrido hasta este arrebato del aquí y ahora. Entonces no lo sabía, pero cuando abrí la puerta de mi oscuro piso en la calle Micer Mascó (septiembre, una barra de pan, un paquete de jamón y un cuchillo prestado, un paquete de cualquier tabaco comprado con oscura sensación de crimen, un botellín de cerveza, ningún abridor y una cicatriz blanca que derivó a suave lámina sonrosada en el nudillo del índice de la mano izquierda desde entonces) todo había cambiado. Volví después a mi pueblo como quien visita a un amigo querido y constata cómo lo va devastando la enfermedad. Al principio son unas toses espaciadas a las que no damos importancia, más tarde un ligero temblor de manos, ideas delirantes, recuerdos sincopados, olvido al fin, hilo de baba y de pronto eso es el tiempo. Xàbia no era Xàbia. No me reconocía y yo tenía que pasarle las manos por el rostro largamente para tratar de activar los resortes secretos de su memoria. Tenía que escarbar hondo, cada vez más hondo en el dolor para hallar la piel. Hablaba con los amigos que nunca se fueron, pero no lo entendian. Ellos están tan bien, no sé, tan plácidos en la aceptación, tan prósperos y al día que me daba vergüenza insistir. Les vencieron, los conviertieron en otra cosa y así, cuerpos de aluvión, pasaron a ser una capa más de angustia que había que apartar para llegar la luz primitiva. De algún modo mágico la muerte respetó mi casa. Sólo al trasponer el umbral de la casa de mis padres, ya nunca más la mía, detalles, esas cosas, volvía al viejo orden de mi infancia y mi primera adolescencia. Cuando vuelvo me quedan los míos más íntimos como centinelas de una llama fría que tititla a merced de la tormenta de polvo que expanden los cascos de la caballería enemiga.
Volvamos. Hace diez años escuché por primera vez que la empresa Marina Punta del Este pretendía ampliar el puerto de Xàbia. El proyecto suponía levanta un muro de setecientos metros de largo por once de alto que marcharía (la acepción militar del verbo no es casual) perpendicular a la playa de la Grava (también llamada del Benissero) hasta la sèquia de la Nòria, una vieja infraestructura romana labrada en tosca viva. En el parapeto se instalarían cines, comercios, restaurantes, un parque de bomberos, progreso contante y sonante. Entre los valedores de la infamia se encontraba Juan Bautista Moragues Pons, el alcalde que compaginaba su mandato con la gestión de la promotora inmobiliaria Moragues Pons S.L y una edil cuyo yerno era alcalde de Ondara i socio de la mercantil en cuestión.
El pueblo se levantó en armas. Nunca antes miles de personas furiosas de amor habían tomado la explanada del puerto para gritar su cólera y mirar a los ojos del invasor y por primera vez silabear su nombre con una bala detrás de la lengua. Pero el tiempo pasa. Los antiguos dueños del corral fueron expulsados, pero vinieron más. El enemigo embrujó a algunos marineros con golosinas que eran, a través del tiempo, las cuentas de plástico por las que los indios vendieron sus tierras a los colonos americanos. No nos amenzaban con un Colt 45, pacemaker, sino que inoculaban veneno al portador en la cuenta corriente de los colaboracionistas. Es el progreso, gritaban. El pueblo recogió firmas junto al mar para preservar la playa y una forma de vida. Ellos recogieron firmas en restaurantes de Madrid y peajes de autopista.
Después llegó la America's Cup y la sentí venir como la aviación alemana. Amanecieron con estruendo de bombadero y olían a muerte. El mar se les había metido entre ceja y ceja a los tecnócratas para exprimir las últimas gotas del negocio. De pronto los medios oficiales nos habian descubierto como descubre el terrateniente a la bella hija del campesino. Nos iban a matar a todos si era necesario por un minuto de carne fresca. Cumplido su deseo, servida su ración de carne cruda, la bestia nos olvidaría. Incluso algunos de mis amigos torcían el gesto y evitaban mi conversación. Bueno, tuve que escuchar, aquí vivimos todos del turismo y, oye, si van a traer más dinero tú no tienes derecho a pedirnos que lo rechacemos. Al fin y al cabo tú no vives aquí. No habían entendido nada. Ni una palabra, y ése era el juego.
Ha pasado el tiempo, pero la guerra continúa. Es la única batalla por la que estaría dispuesto a dejar la vida, porque es precisamente eso lo que han puesto sobre el tablero.
Un pueblo sociológicamente de derechas, ayer fuimos pescadores, expulsó a los asesinos del consistorio. Entró una nueva forma de ser y gobernar, pero igual que la Francia revolucionaria, igual que la Cuba que tumbó a Batista, de nuevo ellos impusieron un férreo cordón sanitario. Ahora es la generalitat la que intriga en lejanos despachos para que la profecía de la destrucción se cumpla.
El de la foto es mi abuelo. Está mirando al mar. Temo que ambos desaparezcan en mismo fogonazo del fin del mundo.
Escribí una vez que un día los niños del mañana nos mirarían a los ojos preguntando, preguntando entre lágrimas, en qué invierno nos dejamos el corazón. Pedí que no tuviesemos que esquivar avergonzados su mirada.
Vicè clama contra la mafia, Forlati clama en el cabanyal, Diafebus clama por xàbia, tantos otros arrastran sus pies afónicos por las esquinas de la historia. Somos ciudades sitiadas a la espera de que el amacer anuncie a lo lejos las relucientes adargas enemigas.

5 comentarios:

morena dijo...

Pues mira no, yo creo que no va a ser tan fácil que desaparezcan, al menos no tan de plumazo, y si es así, con palabras e imágenes como estas, nunca desaparecerán.

Intentaremos hacerle un poco la vida imposible a esta gentuza especuladora, destructora (no constructora), manipuladora, gentuza que se pasea por delante de mí cada día, a esos a los que me encanta ponerles pegas, poca cosa, pero para hacerles sufrir un poquito, sólo un poquito...se jodan.

Un bañito???

diafebus dijo...

Que me traigan el humo, dijo Cirro...y le trajeron todas sus victorias. Más a o menos así es la gentuza que se pasea cada día por tu curro Morena. O como decía Benedetti, un bocinazo, una huelga, a veces les arruinan el alma.

Y sin duda sí que sí al bañito, pero, caramba, ya propongo yo otra cala, jajajaja.

morena dijo...

a la espera me hallo....,aunque, noto cierto tono de maldad, que pretende??

Forlati dijo...

Guau, chaval!!!

El reflejo metálico de las adargas no destella en el horizonte, sino detrás de las puertas, en las espaldas.

Eixa guerra es lliura en molts fronts. Els teus amics de Xàbia són els analfabets funcionals dels que parlàvem en la crisis del bacalao. Estan per tot el territori valencià. Valencians tallats pel mateix patró, el que impon C9 i la propaganda goebbeliana del règim imperant. No són massa distints que els de Farenheit —disculpeu el meu recorrent recurs— quan denunciaven a amics i familiars que llegien o tenien pensaments propis. Bradbury i Truffaut ho anunciaren fa molt.

I lo més dramàtic de tot és que acabaran asfaltant als nostres fills, com en aquella socarrona camisola genial de no recorde quin colectiu: Adopta un chiquet valencià, no deixes que l'asfalten.

Xàbia o El Cabanyal no són més que anècdotes en el seua infernal full de ruta… Per a nosatres és la vida.

Anónimo dijo...

navegar sempre es una aventura, fa unes semanes vaig tornar a port amb el aldebaran bogant, engenoyat a proa amb un remet de botet(els motors donen eixes sorpreses)i amb 5 xiquets a bord i dos adults que em miraben increduls. Esta nit navegant per internet et trobe a tu, que curios y la alarma enseguida m´avisa "pagina no recomendable per contingut escandalos" no esperaba menos de tu. No parem mai de lluitar i fugim de la docilitat del mediocre.