sábado, 3 de mayo de 2008

El imperio del corazón



Yo quería escribir. Las palabras eran las piezas novísimas de un puzzle recién desembalado. Tamborileaban brujas al dejarlas caer sobre la mesa y la madera espejeaba al último sol de la tarde y estaba gordo y tenía todo el pelo y enamorado y trece años). Poseía todas las piezas pero desconocía las reglas, así que el juego consistía en arrebatarlas y mezclarlas con una ciega alegría de agua, como un niño o un alienado que se complaciese hundiendo los pies entre los guijarros mojados de la playa. Mi escritura era blanda y transparente como las babas de un viejo de siesta al sol, junto a la tapia encalada del patio. Jugaba a montar y desmontar aquellos animales de caparazón de piedras preciosas, a disponer largos ejércitos metálicos a lo largo del perfil de colinas que no trascendían los cojines de mi casa. Nada estaba vivo. Nada latía y yo era sólo un coleccionista de rarezas inertes. Con eso bastaba.

Pasó el tiempo y fui aprendiendo las reglas del juego. Ese inmenso puzzle, a través del tamiz de las noches y los días, era el corazón humano. No escribimos de otra cosa. Había gustado los códigos, la coordenada secreta, ya por fin andaba con la brújula imantada y la piel caliente, pero entonces fue que me empezaron a faltar las piezas. Abría la caja, pero como en aquellos juegos que duermen al fondo de los altillos en la casa de campo de los abuelos y sólo se abren de verano en verano, todo estaba a medias. Mi voz no tenía música y donde fui esfera de cristal, ahora piedra. Donde manzanas, cemento, donde alto cielo, calle, calle y mejor no hablar. Con ese quebranto a cuestas sigo escribiendo.

Algo queda de los viejos amores. Si de pronto una voz convoca como al descuido el nombre de la muchacha por quien en la primera adolescencia desatamos duelos de salón y aprendimos el tiempo y la muerte algo se agarrota en las tripas y se dispara en los ojos. Es lo mismo. Todavía me queda algun pedazo del rompecabezas. Esta noche me apetece jugar a las etimologías. Porque sí. Porque es tarde y estoy solo en casa y algo hay que hacer para que dejen de crujir las tablas en el desván sin nadie.

Cordura. Los proxenetas de la cordura nos dice que de casa al trabajo y del trabajo a casa, que seamos prudentes, que mejor esta seguridad y esta modorra amniótica que el camino, tan lleno de peligros, no sé, tan de lluvia y banderas y senderos embarrados y luces peligrosas en los límites del bosque y manzanas envenenadas y mala gente que toma mal vino. No bailen o el demonio les podría ceñir el talle para siempre a la vuelta de una vuelta, no canten o tal vez alguna verdad les salga de la boca y despierten al otro lado y se descubran gritando palabras de amor a los teleoperadores y escupiendo al cielo y besando la boca de mármol de las estatuas (debajo late un laberinto de venas). No jueguen porque podrían ganar o perder y ganar de nuevo.

Cordura. Cor, Cordis. Corazón. Todo lo contrario. La tan manoseada y sucia y vieja cordura no es eso.

Sean cuerdos mis serenísimos amigos. No teman a la oscuridad.

4 comentarios:

Forlati dijo...

Haremos caso de sus sabios e ilustrados consejos. NO FEAR. O rememorando una de las películas de nuestra infancia: bienvenidos al lado oscuro de la fuerza.

O como siempre dice mi madre: mejor ir al infierno, un lugar lleno de perdedores, tentaciones y buen rock and roll.

Un fort abraç, amic.

morena dijo...

Sigue así, corazón


@FB, queda pendiente una cervecita en Casa Montaña....ah!, sabia mami.

diafebus dijo...

Mi tío Kiko, en su lecho de muerte espantó a las beatas que se arracimaban como moscas en la habitación.
"yo no vull anar al cel, collons. Vull anar a l'infern que segur que està ple de putes i coristes"
amen.

Forlati dijo...

Ma mare diu lo mateix que dia ton tio. Putes i coristes. Pero havia volgut posar-li un poc de verniç. hehehe