martes, 1 de abril de 2008

Elogio de las palabras de uso extraño


Hay una especie de extendida extraña superstición del hablante, de universal rubor del escriba, una convención herrumbrosa de la etiqueta verbal que nos estimula a preferir siempre las palabras de uso cotidiano frente a sus pares más exóticas. Se disfraza a esta praxis de cortesía o falsa modestia, pero esconde un fatal desenlace.
Imaginemos el lenguaje como un círculo. Las palabras se ordenan desde el centro al perímetro según su frecuencia de uso, de tal modo que en el pleno medio de la diana se ubican papá y mamá, perro y casa. Según avanzamos por su radio imaginario, como a la mitad, nos esperan vocablos de la especie de binario, taxonomía o desamortización. Por último, según vamos llegando hacia el brumoso final (y las palabras en esta región son pelirojas y de ojos azules y comen pescado crudo y labran barcos de mascarón monstruoso), hoscas y de hierro desnudo, nos esperan heresiarca, acromegálico, pleonasmo, pentapodia, mandrias o mancuniano. Dicho sobre un mismo vocablo, en el centro habitará la sierpe y la serpiente, el áspid y el ofidio serán animales entrerrianos y el crótalo mirará de frente a las estrellas.
La inercia (pero es miedo) nos hace movernos en los estratos más calientes de la lengua, bien cerquita del centro, por pereza, por un no vayamos a ofender a nadie ni a ser tildados de pedantes. De este modo, a fuerza de costumbre (pero es miedo), se establece una nueva frontera oficiosa en esa mitad imaginaria del radio antes aludido. Animalitos de recorrido fijo y mirada miope (pero sigue siendo miedo) establecemos en esa techumbre tácita una barrera real. Así que, eliminadas las palbras ahora estratosféricas, excéntricas, el círculo se ha reducido a la mitad pero no así nuestro pavor. El ser dicente pues volverá a abominar de los artefactos de frontera, se quedará de nuevo en la mitad del camino y el círculo se estrechará otra vez. La costumbre se volverá piedra viva y no habrá posibilidad de remar nocturnamente a ninguna de las viejas orillas.
Este proceso, infinitamente pervertido, repetido infinitas veces, convertirá cualquier idioma en un único gruñido indeclinable, de polisemia vertiginosa, indecodificable al fin. Todo esto sucederá mucho antes de la barrera científica de los siete mil seiscientos millones de años. Ya saben, cuando el sol venga a devorar la tierra.
Preferirnos estetas a utilitarios, exactos a aproximados, exploradores a inválidos, es un modo secreto de salvar a la humanidad.

4 comentarios:

morena dijo...

Rotundo, tremendo, real, genial......plas plas plas.

enga! te lo voy a volver a decir, me encantas creidillo

Vicè dijo...

Suscribo este post al 100%. Si el gran Fontanarrosa reivindicó el valor de las malas palabras en una intervención histórica en el congreso de la lengua, también conviene explorar los límites del léxico, embarcarse en la búsqueda de sinónimos como si de las aventuras de Livingstone se tratara. Hay una palabra exótica que me seduce mucho: epanortosis. Me seduce mucho más que "corregir", su hermana famosa

Anónimo dijo...

Lo cert Diafebus és que si en castellà estem calentets i prop del núcleu, no et dic res en la nostra vulgada llengua materna.

Forlati.

Anónimo dijo...

@ Forlati. El problema del valencià és que és una llengua tan malalta que no hi ha exploradors (en general, s'admeten i es celebren excepcions) sino pirotècnics. Serà malformació genètica.

diafebusaconstantinoble