martes, 19 de enero de 2010

En casa de Jaccard


Consultado internet, contada mi deficiente interpretación de la lengua francesa, y descontando otros rigores, concluyo que Roland Jaccard sigue vivo. La información no tiene nada de particular, hay mucha gente que sigue viva, aunque parezca increíble. Yo mismo, a ratos, creo estarlo.
Igual debería escribirle ahora mismo a Roland Jaccard, hacerme pasar por un encendido admirador suyo, mejor admiradora, mejor rica admiradora, mejor soltera o viuda rica admiradora, y conseguir su dirección; subirme luego a un avión y plantarme frente a la puerta de su casa, esperar paciente a que me abra y, entonces, estamparle una sonora bofetada con la mano abierta. Luego sólo quedaría guardarme el arma rudimentaria aún caliente en el bolsillo y largarme por la acera, silbando, mientras a mi espalda suenan las atropelladas protestas del escritor francés. Mucho merde alors y sacrebleu – aunque la portadora del manto no sea nada de ese señor tan distinguido y tan culto ni mío – y llegar entretanto a la esquina, a esperar que la vida se parezca por una vez a las películas y aparezca un taxi justo cuando es preciso.
“La enfermedad es la única obra de arte pura a la que puede aspirar el hombre”. Si se piensa bien es para volver y practicar una segunda bofetada en la cara de Jaccard. Estar enfermo no tiene nada que ver con el arte. De hecho estar enfermo y saberlo es de las cosas más jodidas que puede haber. El arte es otra cosa que no se parece a esta invalidez para lo cotidiano maravilloso, a esta angustia que no cede a la tisana ni a la lectura, que me saca de la cocina por nada y me parcela el tiempo en periodos de dos minutos entre los que se abre una misma falla vibrante. O mejor dicho, es terrible suponerse enfermo, asumir que el cerebro no es capaz de diagnosticar su propio funcionamiento, girar los ojos al torrente de la sangre y calibrar su pureza o penetrar la trama de los músculos para detectar el trabajo que ya ha hecho la muerte.
La frase de Jaccard sólo sirve si uno es un redomado cobarde. Porque entonces estar enfermo sirve para excusarse de no hacer nada y poder vivir ya de una sólo en el plano de la potencia, de lo proyectado. Traducido: tengo una idea excelente para un negocio, pero no lo pondré en práctica, es que estoy enfermo. Convendremos que para ciertos espíritus esa exclusión de la posibilidad del fracaso puede ser muy confortable.
Para estos casos la literatura no sirve. Cuando la ciencia dice que no, es mejor no perder el tiempo con las pequeñas esperanzas que ofrece la poesía. De hecho es mejor no fiarse en absoluto de la poesía. La ciencia ofrece su diagnóstico sin pasión, se centra en el individuo y se ciñe a sus circunstancias exactas, sin añadir ni quitar nada, sin importar que el doctor la noche anterior se haya descorchado un par de botellas y haya estrellado la última contra el vestidor donde aún cuelgan, como banderas derrotadas en la vitrina del British Museum, ciertos vestidos de noche con pedrería de la que por la mañana vendrá a liquidar. A pesar de todo esto, el doctor verá blanco y como no le importa dirá blanco, como no tiene vocación de crear dirá blanco, como tiene ganas de irse a almorzar dirá blanco. El poeta jugará sin embargo sus sucias tretas y se enredará en esperanzas o pesimismos que son solamente los suyos. Si el poeta dice aguante joven, dice aguante al joven que ya no es. Si el poeta dice está usted muerto, aunque sea con metáforas de funambulistas y cáscaras y rosas (Dios nos libre) estará rellenando el atestado de su propio accidente. O en todo caso, si es de los buenos, acertará con el diagnóstico, pero lo cargará de interpretaciones. Oh, está usted gravemente enfermo, pero note, note esta dicha crepuscular. Sospecho que la lista de los abofeteables tiende a infinito. Mejor que el taxi me lleve de vuelta al aeropuerto. Aunque me den miedo los aviones. Casi tanto como la enfermedad.

2 comentarios:

morena dijo...

Pues nada ahora que vaya el chato este y se lo cuente a un enfermo terminal a ver que le dice...

angresola dijo...

Quantes indecències es poden dir per intentar una frase pretendidament brillant. Aniré amb vosté molt a gust a donar-li l´hòstia que es mereix este paio.