martes, 25 de marzo de 2008

Mientras el gran Turco acecha

Jamás una época vivió una conciencia del yo tan furiosa como la nuestra (Ver el artículo "Lo que són les coses" en el número 85 de la revista Lletraferit). De ningún otro momento histórico quedarán tantos documentos gráficos y escritos como del nuestro, pero esto no es democratizar la posteridad, sino anularla. Moriremos todos con más obra publicada a nuestras espaldas que Shakespeare. No quedarán inéditos ni los pedos que antes acogía el baño, íntimo y discreto. En la era de la información impera la creencia generalizada de que se es impacto no se es nada. No duden, no vacilen buscando la palabra exacta o alguien les arrebatará su turno de réplica. Lo importante no es decir bien, sino decir, lo que sea, la mayor barbaridad que se les ocurra, el perogrullo más explosivo, la necedad más prescindible. Total nadie lo va a recordar. A penas una idea es esbozada ya tiene detrás un tumultuoso ariete de nuevas voces que la empuja al olvido. De ese modo lo importante no es lo dicho sino su condición de piedra en la gran empalizada palpitante del ruido. Un ejemplo reciente y doloroso lo tenemos en el debate entre Rajoy y Zapatero; ambos obviaban inmejorablemente a su oponente y sus argumentos. Era una competción de cacatúas en celo en la que el único sablazo mortal era el silencio. Me recordaba a un pasaje de Rayuela en el que Julio Cortázar parodiaba un diálogo tipo entre españoles. Consistía en el cruce de dos monólogos vanidosos resueltos en un frío hasta luego cargado de rencor. Todo un ejercicio de educación para la ciudadanía como se ve.
Se enseñaba en comunicación que el advenimiento de las nuevas tecnologías y su generalización iba a suponer la crisis del paradigma alocutorio. Esto es; imaginemos a un centurión romano que arenga a sus tropas a las puertas de una batalla desesperada. El jefe habla largamente del honor, de la gloria, de las letras de oro que glosarán a Roma, de la obligación ineludible de dejarse despedazar en nombre de un lejano César. Los soldados son receptores estancos que no pueden poner en común sus dudas y sus miedos y esa es la clave del éxito. De otro modo tal vez podrían articular una respuesta colectiva, tal vez incluso podrían pactar con los soldados enemigos - que están en las mismas - y negarse al unísono a combatir. ¿Se imaginan al centurión y al jefe bárbaro entonces? Quedarían allí, sin saber bien a dónde mirar, en medio del campo, bajo una delgada lluvia fría, maldiciendo entre dientes el hecho de llevar una espada que tal vez no saben utilizar.
Las nuevas tecnologías, nos contaban, romperían esas barreras entre los receptores del Gran Mensaje y abrirían una vía al nacimiento auténtico de la Sociedad Civil. Falso. La urgencia comunicativa nos convierte a todos nosotros en emisores del Gran Mensaje Onfálico. No es tanto un diálogo libre como una sobre dosis de monólogos excitados que rara vez se retroalimentan.
Dicho esto ¿Porque abro un blog? Porque me da la gana.
En próximas entregas, si tienen ustedes la bondad y la paciencia de volver por aquí prometo ser más ameno y más escueto.
Aquí les dejo besos y bofetadas; escojan según crean merecer.

3 comentarios:

Vicè dijo...

Grandes verdades, Diafebus. Creo que era Borges el que dijo algo así como "los periódicos son el museo de lo efímero". Dio en el clavo. Este invierno que se avecina será muy largo. O escrito en desesperante esperanto actual: "L nviern k s avcna sra l stia d lrg,neng"

morena dijo...

Me sorprendes, como siempre

Bernat dijo...

Pregue permís per a eixercir de comparsa intermitent d'este seguici.
Val.